EL HIMNO NACIONAL DE MÉXICO
CADETE DEL COLEGIO MILITAR
MUERE POR DEFENDER LA PATRIA
Al
comenzar este año del 2015, el Blog de la Academia de Hernán Cortés presenta con
mucho gusto, este bello texto del Lic. Don Isaac Luis Velázquez y Morales,
historiador, cronista y genealogista bien conocido en los medios intelectuales
de la Ciudad de México, y miembro fundador de
esta Academia.
El
presente texto, es indispensable para quienes se preocupan por saber la
verdadera historia de la nación mexicana. Contiene datos ineditos sobre la personalidad
de los autores del Himno Nacional Mexicano: don Francisco González Bocanegra
autor del texto, y don Jaime Nunó y Roca autor de la parte musical.
Su
aporte de los datos genealógicos de ambos autores es un complemento necesario
para toda persona apasionada por la historia del pueblo mexicano católico e
hispano que ha soportado con heroísmo casi 200 años de tiranía liberal
masónica: Luis Ozden.
ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DEL HIMNO NACIONAL MEXICANO
El 28 de septiembre es una fecha triple y significativa.
La primera, nuestro México nació hace 190 años precisos
como Estado nacional independiente, en su más amplia interpretación jurídica:
La Junta Provisional Gubernativa, cuerpo legislativo soberano, conformado
acorde al Plan de Iguala y al Tratado de Córdova, casi a esta misma hora,
expedía en el Palacio Imperial, el Acta de Independencia del Imperio Mexicano.
Documento que da fe legal del nacimiento de nuestra soberanía.
La segunda, apenas ayer, fueron 190 años cumplidos de la
entrada del Ejército
Trigarante a la ciudad de México “…mañana inolvidable y
gozosa para el pueblo mexicano…” según lo anotó Lucas Alamán.
Fechas determinantes de nuestro devenir
histórico que no deben pasar ignoradas.
La tercera, nuestra Benemérita Sociedad recibe hoy, a su
resguardo, una copia de la partitura del Himno Nacional impresa en el año de
1904, conmemorativo áureo de su estreno en 1854, gracias a la generosidad de la
maestra Susana Buendía Benítez, presidente de nuestra correspondiente en el
Estado de Guerrero
Era 1853, iniciaba un nuevo periodo de gobierno como
presidente de México Antonio López de Santa Anna, discutida personalidad que
llenó con su presencia en primer plano, más de 30 años de nuestra vida
independiente en el siglo XIX. En ese, su último periodo, de los múltiples que
ocupó la presidencia de México, algunos por brevísimos periodos, quizás
aconsejado por el Ingeniero de Minas Don Joaquín Velázquez de León y Velázquez
de León, titular del recién creado Ministerio de Fomento, Colonización,
Industria y Comercio, autorizó a ese ministerio para convocar públicamente a la
composición poética de un Himno Nacional. La invitación se publicó en el Diario Oficial del 14 de noviembre de
1853; la signaba, Miguel Lerdo de Tejada, Oficial Mayor del Ministerio de
Fomento.
El jurado lo componían nada menos don José Bernardo Couto,
como presidente, don Manuel Carpio y don José Joaquín Pesado, todos dignos
representantes del intelecto literario de corte romántico del México
decimonónico. Tanto estos tres personajes como el ingeniero Velázquez de León
eran miembros de nuestra Sociedad.
De aquí, una hipótesis que me surge al voleo: La letra
del Himno Nacional tuvo su génesis intelectual en el seno de nuestra Sociedad.
Veinticuatro composiciones fueron recibidas por el
Ministerio, todas bajo seudónimo. El Diario
Oficial del tres de febrero de 1854, el jurado dio a conocer su fallo:
Correspondía el primer lugar a quien presentó su composición con el siguiente
epígrafe:
Volvamos al combate, a la venganza
y el
que niegue su pecho a la esperanza,
hunda en el fondo su cobarde frente
Quintana
Al
abrir los sobres, se reveló su nombre: Francisco González y Bocanegra, Yánez y
Villalpando, natural de la insigne ciudad de San Luis del Potosí y bautizado en
ella el 8 de enero de 1824.
FRANCISCO
GONZÁLEZ BOCANEGRA
Su padre, José María González y Yánez, gaditano de los
Reinos de Castilla, militar realista, que se unió al Ejército Trigarante y ya
retirado, se dedicaba al comercio. Su madre, una noble criolla, María Francisca
Bocanegra y Villalpando, natural del Real Pinos, en Zacatecas y proveniente de
un linaje que tuvo presencia en Nueva España desde el siglo XVI.
Es importante consignar que Doña Francisca era hermana
del licenciado Don José María Bocanegra, político ilustre que habría de ocupar
cargos destacados en el gobierno de la naciente República, diputado al Congreso
Constituyente de 1823 y a los Congresos de 1827 y 1828; ministro del Supremo
Tribunal de Justicia, así como ministro de Relaciones Exteriores durante los
gobiernos de Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Valentín Gómez Farías.
Incluso ocupó interinamente la Presidencia de México del 18 al 23 de noviembre
de 1829.
Cabe destacar que Don José María escribió las Memorias para la historia del Méjico
independiente, 1822-1846, obra ésta, de imprescindible consulta para
quienes estudiamos ese convulso siglo de nuestra historia.
Al aplicarse la
Ley de Expulsión de Españoles, la segunda de las tres, hubo de expatriarse la
familia González. Don José María con su esposa y sus dos hijos, Francisco de
cinco años y Luis, se trasladaron a Cádiz en 1829; no obstante que podrían
haber salvado la aplicación de esta Ley (su esposa era criolla), se sometió a
ella.
Fue hasta que España reconoció en 1836 la independencia
de México, que los González Bocanegra regresaron a su provincial San Luis
Potosí.
Con esa sensibilidad poética que emanaba ya de Francisco,
escribió:
Vióme
nacer el suelo mejicano,
La
brisa me arrulló en sus pensiles,
Y
el apacible cielo gaditano
Miró
correr mis años infantiles.
Don Francisco se dedicó como su padre al comercio hasta
su salida a radicar en la ciudad de México, hacia 1846, donde continúo sus
labores comerciales, lo que no obstó para su incorporación a la Academia
Literaria de San Juan de Letrán y al Liceo Hidalgo, donde encontró un ambiente
que propició el mantener amistad con escritores de su época y avivar su
declarada vocación por las letras y la poesía.
¿Cuánto no sufriría este sensible poeta al contemplar el
cercenado territorio de su patria en 1848? Me pregunto y pienso, ¿Que era para
el poeta, la Patria mutilada en su presente trágico y con un futuro
incognoscible? De aquí el verso, proféticamente optimista, que nos es presente,
cuando invoca al Altísimo:
México tiene un eterno destino escrito por
Dios.
Como poeta, no era un improvisado. Había publicado desde
1846, su poemario Vida del corazón, en
1850, su Discurso sobre la poesía
nacional y también en 1850, la Composición
leída en la Alameda de Méjico, en el aniversario de las víctimas de la Patria,
el 28 de septiembre de 1850, hacen precisamente 161 años. Acorde a su
tiempo escribió un himno a Santa Ana y como un leal simpatizante del partido
Conservador, en plena Guerra de Reforma, compuso un himno al general Miguel
Miramón.
El poeta español José Zorrilla llegó a México en 1855.
José Justo Gómez de la Cortina, el primer presidente de esta nuestra Benemérita
Sociedad, le ofreció un espléndido banquete, al que concurrieron los personajes
más representativos de la intelectualidad citadina; fue ocasión para que se
iniciara una cordial amistad entre ambos poetas: el mexicano González Bocanegra
y el sevillano autor de Don Juan Tenorio.
Ese mismo año de 1855, en la distribución de premios del
Colegio Nacional de San Juan de Letrán y ante el ministro de Justicia, Benito
Juárez, quien presidía el Acto, González Bocanegra declamó un poema alusivo de
su autoría. Extracto este cuarteto, de actual interés:
…¡oh
juventud!, el cielo te destina
para
ser de tu Patria noble orgullo
dándole
para salvar su independencia
Libertad
y saber y una Creencia
Al siguiente año, 1856, en el Teatro Iturbide se estrenó
con éxito, su drama Vasco Núñez de Balboa.
Sus múltiples poesías, de indudable género romántico
según el estilo que imperó en la segunda mitad del siglo XIX y que iniciara en
México, el tizayuquense Ignacio Rodríguez Galván, fueron publicadas en
periódicos y revistas, lo mismo en La
Ilustración Mexicana, de Ignacio Cumplido, que en La Cucarda, Presente amistoso y en el Diario Oficial del Supremo
Gobierno, donde se publicó su poema póstumo el ya citado Himno a Miramón.
Un ejemplo de su lira, casi elegido al azar, que no me
resisto a recitar es el siguiente cuarteto de su soneto
LA
TARDE
Perdióse el sol detrás de la montaña
que se levanta altiva en Occidente,
y el soplo de las auras mansamente
mece las juncias y la débil caña.
Don Francisco tuvo como Musa de su lírica a la excelsa Elisa, a quien dice, en 1846:
Porque tú sola, alma mía,
puedes hacerme dichoso;
sola tú podrás un día,
dar a mi alma su alegría
y al corazón su reposo.
Elisa,
fue en efecto el amor sublime que le acompañó
hasta su muerte: Guadalupe González del Pino y Villalpando, la novia, la esposa
y la viuda en el ostracismo oficial.
Hija de Don José González del Pino y de Doña Mariana
Villalpando, prima hermana de Doña María Francisca, madre de Francisco. Casó
con ella el 8 de junio de 1854. De su
matrimonio nacieron cuatro hijas: Elisa, muerta en 1877 a sus 22 años;
Guadalupe, casada con Juan Ignacio Serralde, de quien procede hasta nuestros
días su numerosa descendencia. Falleció en 1893; María de Luz, quien profesó
como Hermana de la Caridad y residió en Madrid. Falleció en 1908. Amado Nervo
cuenta que cuando estuvo en Madrid, se le presentó con estas palabras “Soy
mejicana. Mi padre fue don Francisco
González Bocanegra, a quien sin duda habrá oído usted mentar”. La hija
póstuma, Ángela, nacida en 1860, murió accidentalmente, al año siguiente.
Esta madre ejemplar, falleció en 1892. Su esposo, padre
amoroso, esposo fiel, católico practicante, mexicano patriota, conservador sin
dobleces, en síntesis: un hombre íntegro y ejemplar, había fallecido en 1861,
contagiado de tifo, al estar escondido en el sótano de la casa de su tío José
María. Número 36 de la calle de Tacuba, acosado por las facciones liberales
(por cierto esa edificación muestra una digna fachada acaso reconstruida en los
primeros años del siglo XX, milagrosamente conservada al lado oriente de la
estación Allende del Metro, en su salida poniente de la acera norte). El poeta nacional fue uno más, de los
mexicanos víctima de quienes han hecho caso omiso a la invocación de nuestro
Canto Patrio:
Ya no más, de tus hijos la sangre
se derrame en contienda de hermanos,
sólo encuentra el acero en sus manos
quien tu nombre sagrado insultó.
Fue sepultado en el cementerio de San Fernando, donde
permanecieron sus restos cuarenta años hasta que en 1901, la escritora Emilia
Beltrán y Puga tuvo la iniciativa de exhumarlos para trasladarlos a un lugar
más digno. El Ayuntamiento de la ciudad de México acordó la exhumación y su
traslado al cementerio civil de Dolores para colocarlos en una fosa de primera
clase a perpetuidad. El 23 de noviembre de 1901 se exhumaron los áridos, que
fueron colocados en una urna ante la presencia de los regidores Jesús Galindo y
Villa y Agustín Alfredo Núñez y del yerno del poeta, Juan Ignacio Serralde; su
tránsito solemne al panteón de Dolores, fue presidido por el gobernador del
Distrito Federal, Don Ramón Corral y por el presidente del Ayuntamiento de la
ciudad de México, Don Guillermo de Landa y Escandón.
Una re-exhumación tuvo verificativo el 27 de septiembre
de 1932 –aniversario de la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de
México–. Los restos fueron colocados en la Rotonda de los Hombres –hoy de
Personas– Ilustres. Una tercera exhumación se realizó en 1942, a la cual me
referiré más adelante.
Son de sobra conocidas las circunstancias que acompañaron
a la composición de la letra de nuestro canto nacional:
El poeta no se atrevía a concursar, para él, había otros
vates más prestigiados ante los que tenía que competir. Su novia, la Elisa de sus sueños, preparó el ardid.
En uno de los cuartos más escondidos de la casa del poeta, dispuso los útiles
necesarios para escribir: tinta, plumas, papel. Le hizo entrar a la pieza y le
encerró bajo llave, con la firme decisión de no dejarle salir si antes no le
entregaba la composición poética patriótica. Convencido González Bocanegra, al
cabo de unas cuatro horas, pasaba las hojas escritas a su prometida por debajo
de la puerta.
Una vez que las leyó, y con la seguridad del triunfo en
el Certamen, le liberó de ese fructífero secuestro.
Joaquín Antonio Peñalosa, biógrafo de Don Francisco,
apunta: “El Himno Nacional es, así, romántico por su origen y épico por su
destino y por su estilo; femenino y masculino a la par: humano”.
Da lástima que la casa de
Santa Clara 6 donde nació el Poema Patrio, hoy la señalada con el número 48 de
la calle de Tacuba del Centro Histórico, luzca un abandono criminal, si bien es
un logro que no haya sucumbido por la piqueta que arrasa inmisericorde las
edificaciones que dan lustre a nuestro pasado. Una tímida “plaquita” de
mayólica escondida entre los artículos que exponen los comercios vecinos, da fe
con letras minúsculas de este hecho histórico, con un dato falso, añade que en
ella murió González Bocanegra.
Es una ignominia para los mexicanos que no se haya
rescatado este inmueble para darle el lugar digno que merece dentro del Centro
Histórico de la ciudad capital de México.
JAIME NUNÓ Y ROCA
Si bien estaba ya definido el triunfador de la letra del
Himno Nacional, quedaba por componer la música que acompañaría a ese poema. El mismo
3 de febrero de 1854 se convocó a musicalizar la letra compuesta por González
Bocanegra.
Aunque hubo un intento de musicalización de Juan
Bottesini e interpretado por la soprano Enriqueta Montoya, no causó mayor
emoción.
En agosto del mismo 1854, el Jurado compuesto por los
músicos José Antonio Gómez, Agustín Balderas y Tomás León, después de analizar
las 15 partituras presentadas por sendos concursantes, otorgó el primer lugar a
quien había presentado en sobre cerrado y bajo el epígrafe “Dios y Libertad”
con las iniciales J. N., una majestuosa composición que a su juicio declaró:
“Hemos encontrado más originalidad y energía; mejor gusto y, por decirlo así,
la creemos más popular, reuniendo a estas circunstancias la de su sencillo y
buen efecto. Notamos con sentimiento que no se halla instrumentada; pero este,
supuesto que no ha sido requisito para su presentación, lo podrá hacer su
autor,...”
Al no presentarse el ignorado J. N., Lerdo de Tejada,
Oficial Mayor del Ministerio de Fomento, le notificó mediante el Diario Oficial
a presentarse comprobando debidamente ser el autor.
Nunó se presentó ante el Oficial Mayor, quien le declaró,
en nombre de Su Alteza Serenísima, autor de la música del Himno que el gobierno
adopta como Nacional, pero se le conminó a instrumentar su composición antes de
terminar ese mes de agosto, para que lo tuvieran en estudio, las bandas
militares y la orquesta del Gran Teatro. Santa Anna dispuso que para evitar
alteraciones en la interpretación de la partitura, el mismo compositor la
hiciera litografiar por su cuenta, ya que sería interpretada en las próximas
fiestas nacionales.
En acatamiento a esta disposición, Nunó entregó a la
Plaza Mayor del Ejército 260 ejemplares de la partitura y diez a la Dirección
de Artillería.
Las notas fervientemente vigorosas que fueron plasmadas
en el pautado papel, no eran improvisadas; nacían de un inmerso sentimiento
nacionalista y libertario que Nunó identificaba y sólo él lo podía expresar,
con la defensa heroica de su Gerona natal, ante la invasión del ejército
gabacho de Napoleón. Al compenetrarse de la lírica del Poema y de los
antecedentes heroicos de México, no dudo que algunos acordes de nuestro Himno,
sean remembranza de cantos patrióticos catalanes, que es decir de la España
inmortal.
Según los historiadores Cristian Canton Ferrer y Raquel
Tovar Abad, quienes han presentado una bien cimentada biografía de Don Jaime
(2010), el linaje Nunó de San Juan de las Abadesas, arranca, documentalmente
del siglo XVI, con el genearca de ese linaje, Miquel Nonó, nacido hacia 1550,
probablemente de familia que emigró a Cataluña, proveniente y originaria del
Rosellón francés.
Estos mismos historiadores dan noticia de los
antecedentes y aficiones musicales de los abadenses; citan a Joan Pussalgues,
compositor del siglo XVII, en el siglo XVIII “…a tres miembros de la familia
Guiu,…maestros de capilla y organistas en el monasterio local, en la catedral
de Gerona e incluso en la Capilla Real de Madrid…”. Incluso en la familia Nonó
destacaron Josep Nonó Torras (1776.1845), compositor de cámara de la casa del
Duque de Osuna y de Fernando VII, Joan Nonó Blanch (1776-1863), organista del
monasterio de San Juan de las Abadesas y Joan Nunó Roca, hermano de Jaime
(1815-1888), organista y maestro de capilla del mismo monasterio y alcalde su
pueblo natal.
El 7 de septiembre de 1824 vio la luz primera un niño, el
hijo menor de los ocho que procreó el matrimonio formado por Fransec Nunó Font
y Magdalena Roca Joncar, familia de escasos recursos “…que se dedicaba al procesamiento
de la estameña, un tejido asargado de lana o estambre , generalmente negro
utilizado para la confección de hábitos de órdenes religiosas…”, que habitaba
una casa en las riveras del río Arccamala, afluente del Ter, sitio
conocido como El Palmàs, que hoy en día, restaurado, “…alberga una exposición
sobre la figura de Jaime Nunó y una sala de actos en su honor...”, nos informan
sus biógrafos antes citados.
Huérfano de padre a sus cinco años, a causa del ataque de
un animal ponzoñoso a Don Fransec y de una epidemia de cólera que asoló San
Juan, su madre decidió emigrar a Barcelona hacia 1834, con su hijo Jaime de
apenas nueve o diez años. Se ha especulado, con base en una hipótesis cimentada
históricamente, que le dio alberge el escultor barcelonés Manuel Vilar Roca, su
pariente, quien instalado en la ciudad de México hacia 1846 fue profesor en la
escuela de San Carlos y autor de la magnífica escultura de Cristóbal Colón,
erigida en la calle de Buenavista de esta misma ciudad.
A los pocos meses de vivir en Barcelona murió Doña
Magdalena, también contagiada de cólera. Jaime, con una innata inclinación a la
música, ingresó al coro de la catedral de Barcelona; el obispo vislumbró las
dotes de adolescente Nunó y para madurar sus estudios lo envió a estudiar a
Roma, con el maestro Saverio Mercadante. De regreso a la Ciudad Condal, fue
nombrado Director de la Banda del Regimiento de la Reina con sede en La Habana
de la isla de Cuba. Frisaba en sus 27 años.
En la isla, conoció a López de Santa Ana, exiliado
voluntariamente de México, desde la ocupación del territorio mexicano por el
ejército yanqui. Al escuchar sus interpretaciones, le prometió darle el cargo
de Director de Bandas Militares, si acaso regresara a la presidencia de México,
promesa que cumplió en 1853.
A la caída de Santa Ana por la revolución de Ayutla,
Nunó emigró a Estados Unidos, donde residió hasta su muerte, acaecida en
Bayside, Nueva York, el 18 de julio, curiosamente el mismo día del deceso del
presidente Juárez, pero 36 años después, en 1908.
Pocos días antes, había declarado al periódico The Buffalo Evening News: “Siento toda
la riqueza de tener dos naciones para amar como una: España y México.”
De su primer matrimonio, con Dolores Talo, en 1848, nació
su hija Dolores (+ c.a. 1930); viudo contrajo segundas nupcias con Kate Cecilia
Remington en 1873. Tres vástagos tuvo este matrimonio: Cecilia Madeleine,
muerta en la infancia (1877-1880), Christine Mercedes (1881-1946) y James
Francis Nunó (1874-1946), quien casó en 1904 con Gertrudis Selden Brown
(1872-1952); su hija Gertrude Francis Nunó (1908-1996) fue esposa de Edwin
Bradford Craigin (1900-1952), su hijo Edwin de los mismos apellidos que su
padre, casó con Virginia Ann Murphy de quienes proceden Amy Bradford, Edwin, el
tercero de su nombre y apellido y Susan Remington, los tres, sangre viva de
Jaime Nunó en este siglo XXI.
Nunó estaba distante de ser sólo un insensible director
de bandas ni un compositor improvisado. A sus quince años, en 1839, había
escrito el Trisagio para coro y piano
y se conocen numerosas composiciones inéditas, canciones para soprano y piano,
obras corales, obras para piano, Te deums,
entre otras
Al establecer contacto los historiadores catalanes Canton
y Tovar con el bisnieto de Don Jaime, en los inicios de 2010, localizaron en su
archivo, más de tres mil documentos entre cartas personales y oficiales,
partituras, incluso la batuta que usaba en sus presentaciones, en fin un
arsenal de información inédita, entre ellos, dos musicalizaciones a sendos
poemas ingleses: The days that are no
more (Los días de ya no están) de Alfred Tennyson y Ah! How sweet it is love (¡Ah! Como es dulce el amar) de John
Dryden, obras que cincidentemente se estrenarán el próximo viernes 1° de
octubre en el Palacio de las Bellas Artes. Una obra más que evoca a México, es
el Adios a México cuya interpretación
fue grabada en un disco compacto editado por CONACULTA,
titulado Y la música se hizo mexicana.
Radicado en Estados Unidos, Nunó trabajó para varias
compañías de ópera, dirigió la orquesta de ópera italiana y orquestas en
Rochester y en Buffalo así mismo formó y dirigió un grupo coral que tuvo gran
prestigio en la Unión Americana.
Durante la Exposición Universal de Buffalo, un periodista
mexicano identificó casualmente, a quien se creía difunto. De inmediato lo
comunicó al presidente Porfirio Díaz y como un grato gesto de agradecimiento le
invitó a dirigir el Himno Nacional en las fiestas patrias de 1901, que aceptó
Nunó.
Así, el 15 de septiembre, en la Plaza de la Constitución,
frente al Palacio Nacional, dirigió nuevamente las bandas militares que
interpretaron el Himno Nacional. Días después, acompañó al Ayuntamiento de la
ciudad de México al homenaje que rindió a González Bocanegra en el panteón de
San Fernando. Recibió dos mil pesos que le concedió el Congreso y una corona de
oro.
Nuevamente, Díaz le reiteró la invitación para que
participara en el quincuagésimo aniversario del estreno del Himno Nacional.
Nunó acepto y honró con su presencia tal homenaje. De ese año, 1904, hago
notar, data la partitura que desde este día acrecienta el valioso acervo de
nuestra Sociedad.
Esa
visita fue ocasión para que el longevo músico catalán-mexicano propusiera al
presidente regresar a morir a México, contaba en su haber ochenta años.
A cambio solicitaba un presupuesto para formar una compañía de conciertos. Surgió de inmediato la oposición de
“músicos” que influyeron en Don Porfirio, por lo que Nunó, decepcionado,
decidió regresar a la nación anglosajona. Comento: Con que limitada visión
actuaron esos corpúsculos de mediocres, incluyendo al propio Porfirio Díaz. De
haberse aceptado la propuesta de Nunó, México habría integrado desde los
inicios del siglo XX, una orquesta de proyección internacional.
NUESTRO HIMNO NACIONAL MEXICANO
Al cabo de estas reflexiones biográficas acerca de los
autores del canto patrio, queda sólo retomar el devenir histórico del Himno:
La noche del 15 de septiembre de 1854, fue interpretado
por primera vez en el Teatro Santa Ana, después conocido como Teatro Nacional,
ubicado en lo que hoy es el arroyo de la calle Cinco de Mayo, entre las calles
de Bolívar y Motolínia. González Bocanegra, con su capacidad de orador, hizo la
presentación. En ella, transcrita en el periódico El Siglo XIX, y que comenta Antonio Peñalosa: “…elogia a la par, al
indio, al español y al mexicano, y se exalta a la nacionalidad de sus tres
grandes cimientos: unión, religión e independencia.”
La soprano Claudina Fiorentini y el tenor Lorenzo Savi,
con los coros de la compañía artística de René Mazon y Pedro Carbajal fueron
dirigidos por Giovanni Bottesini.
Al día siguiente, 16, con la asistencia del presidente
López de Santa Anna, la soprano Steffenone sustituyó a Claudina.
La rebelión del Plan de Ayutla (1° de marzo de 1854), su
posterior triunfo, el arribo al poder del partido liberal, la guerra de Tres
Años, la intervención francesa y el destino trágico del Segundo Imperio, fuero
impedimentos insoslayables para que se interpretara el Canto Nacional por ambos
bandos.
No quiero dejar de comentar que una película de índole
patriótica de los años cuarenta, muestra a un Pedro Infante, casi moribundo,
animando con las notas del Himno a los combatientes mexicanos en la batalla del
5 de Mayo de 1862. Es sólo una libertad novelesca.
Lo que es evidente, la identificación nacionalista de
México, fruto positivo e indiscutible de la Revolución. Uno de sus logros, la
revaloración del Himno Nacional.
El maestro potosino Julián Carrillo fue comisionado por la
recién creada Dirección General de Cultura Estética de la también naciente
Secretaría de Educación Pública
–aquí está presente José Vasconcelos–, para realizar un
estudio pericial acerca del Himno. Su resultado, fue el rescate de la edición
príncipe para canto y piano.
Algo
inusual aconteció en 1942. El presidente Manuel Ávila Camacho dispuso que los
restos mortales de Jaime Nunó y Roca fueran exhumados de su tumba en Forest
Lawn para ser trasladados a su México querido. A la par, los restos de Francisco
González Bocanegra fueron nuevamente exhumados para recibir el homenaje tantas
veces olvidado. Ambos restos, dentro de dignas urnas, se fundieron, con los
mexicanos, como antaño, en sus ideales de ¡Unión y Libertad! en la Plaza de la
Constitución.
Ante
ellos, el coro magno de la juventud mexicana cantó con majestuosidad el Himno
Nacional. Inolvidable acto.
Con la solemnidad del caso, ambas urnas fueron
trasladadas al cementerio de Dolores para ser re inhumados, eternamente unidos,
en la Rotonda de las Personas Ilustres.
“…un
sepulcro para ellos de honor”
El veinte de octubre de 1942, el presidente Manuel Ávila
Camacho reglamentó por vez primera el uso del Himno Nacional. Dispuso se
entonaran el Coro y las estrofas I, IV, IX y X. Este decreto fue publicado en
el Diario Oficial de la Federación en mayo de 1943. Dice en su exposición de
motivos:
“Que el Himno Nacional es el canto de la Patria y alma de
la nacionalidad, debiendo en consecuencia ser motivo de la respetuosa
veneración de todos los habitantes del país.”
No debe de sorprender esta actitud, era Secretario de
Educación Pública, Jaime Torres Bodet, intelectual impregnado de los ideales de
José Vasconcelos, de quien fuera su secretario particular.
El presidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien en su
juventud se había hecho acreedor a un Premio Nacional de Oratoria con el tema
del Himno Nacional, promovió ante el Congreso de la Unión, la expedición de la
Ley de los Símbolos Nacionales, misma que fue aprobada por unanimidad y
publicada en el Diario Oficial de la Federación del 8 de febrero de 1984. En
ella se dan los lineamientos que deben regir la interpretación del Himno
Nacional.
Dice
uno de sus artículos, que es obligatoria la enseñanza del Himno Nacional en
todos los planteles de educación preescolar, primaria y secundaria.
Ese mismo Decreto abre la interpretación oficial a cantar
las estrofas V y VI:
Voces
identificadas por un fanatismo iluso, que tratan de borrar el espíritu de
vocación hispánica que nos identifica, han objetado en su cortedad de crítica,
la letra y la música nacionales:
Las
hacen aparecer como “creadas ambas por extranjeros”. Cuando ellos mismos llevan
apellidos de origen peninsular y si les rascamos sus genealogías, escupen al
cielo.
Otros objetan que el Himno es bélico y agresivo, obsoleto
ante esta New Age. Para ellos les
responden sus versos:
Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva,
de la paz el arcángel divino…”
Es un canto colectivo para vivir en paz. Nada tiene de
agresivo; ni contra España ni contra nuestros hermanos iberoamericanos ni
contra pueblos extranjeros. Sí. Es expresivo y bélico, cuando dice:
Si
a la lid contra hueste enemiga
nos
convoca la trompa guerrera,
De
Iturbide la sacra bandera
¡Mexicanos!
Valientes seguid.
¿Habrá alguno de nosotros que si a la defensa de un
agreste ataque a nuestra integridad soberana, no sigamos el Lábaro de Iguala,
que por cierto tiene el lugar de honor
en esta nuestra Sede académica?
Pero confunde la estrofa que alaba a Santa Ana:
Del
guerrero inmortal de Zepoala
Te
defiende la trompa guerrera
…………………………………….
La reconocida historiadora Guadalupe Jiménez Codinach, da su respuesta:
“En realidad, el oficial mayor del Ministerio de Fomento,
Miguel Lerdo de Tejada, era un reconocido liberal, más radical que otros e
inspirador de las Leyes de Reforma de 1859 y de la política de Benito Juárez.
La letra de Bocanegra no es una ‘loa al dictador’, pero sí nació en el momento
en el que se conmemoraba el XXV aniversario del triunfo sobre el general español
Isidro Barradas, un 11 de septiembre de 1829, batalla en la que uno de los
generales victoriosos fue Santa Ana. A ese hecho se refiere la cuarta
estrofa”.
Cuestiono:
Si esa batalla fue un triunfo de los mexicanos contra una invasión de los
gachupines, ¿Porque México ha olvidado ese logro y la Leyenda Negra contra
España no la ha hecho resaltar?
Hay “intelectuales” que pregonan que nuestro Himno es
obsoleto, que debe modificar su letra y por consiguiente su música.
Desde esta tribuna les cuestiono: Carecen de identidad
Patria. Para ellos es mejor loar a dictaduras transitorias, que incluso han
agredido a nuestra amplitud de miras como nación soberana. ¿Acaso la letra del
canto de Rouget de L’Isle la consideran obsoleta los franceses, no obstante
tener una edad 40 años mayor que nuestro Himno?
Me permito recordar ahora a Claudio Lenck, Cristián
Caballero, llamado Manuel Emilio Ortega y Serralde, bisnieto de González
Bocanegra. En mi adolescencia y juventud, me hizo recorrer el espectro de
nuestra mexicanidad hecho Canto, himno a la manera de los cantores de la Grecia
inmortal. Sus programas de radio no les olvido.
Me han dado tema para terminar, con los versos del numen
de un sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer:
Yo
sé un himno gigante y extraño
que
anuncia en la noche del alma una aurora,
y
estas páginas son de ese himno
cadencias
que el aire dilata en las sombras.
Centro Histórico de la
Ciudad de México, D. F., 28 de septiembre de 2011
Isaac Luis Velázquez y
Morales
Presidente de la Academia
de Historia de la
Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística.
EDITÓ:
Luis Ozden
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