ADALID
Y MÁRTIR DE LA CRISTIADA
ANACLETO
GONZÁLEZ FLORES
Texto
seleccionado para ingresar al Blog “Academia de Hernán Cortés”
Anacleto
González con seis de sus colaboradores
ÍNDICE
1
Los Primeros años
2
Estancia en el Seminario
3
El Movimiento Armado
4
Andanzas Apostólicas
5
Colaborador fiel a su Obispo
6
Vida Conyugal
7
Clausura del Seminario Conciliar
8
la Insurrección Cristera
9
Tortura y su Ejecución
10
Después de su Muerte
11
Bibliografía
12
Resumen
LOS
PRIMEROS AÑOS
Anacleto González nació
en Tepatitlán, Jalisco, México. El 13 de julio de 1888. Hijo de un humilde
tejedor, de nombre Valentín González Sánchez; su madre, también de cuna
humilde, la señora María Flores Navarro. Fue el segundo de doce hermanos.
Recibió el sacramento del bautismo al día siguiente de su nacimiento, en la
parroquia de San Francisco, de ese lugar, por el presbítero Miguel Pérez Rubio.
Sus padres le
inculcaron la religión desde pequeño; no obstante, ésta no tuvo mucha fuerza en
él durante los primeros años ya que asistió a la escuela oficial, donde se le
inculcaron ideas liberales, contrarias a la religión. Su infancia fue modelada
por la rigidez de su padre, el afecto de su madre, y la pobreza del hogar. Su
padre conservaba como un estigma el ser hijo bastardo de un terrateniente del
lugar llamado Ramón González, y quiso por todos los medios lavar esa afrenta.
Inculcó a sus hijos la tenacidad, el amor por las letras, la disciplina y el
deseo de aprender un oficio; les enseñó personalmente las primeras letras, y
los hizo memorizar un largo discurso patrio.
Durante la dictadura
porfirista (Gral. Porfirio Díaz Mori, masón moderado), sufrió prisión por
espacio de dos años acusado del delito de sedición.
Cultivó la paciencia y
la piedad, durante su adolescencia, consideró que la religión pertenecía a la
esfera de la vida privada, y que su práctica no debía trascender a la vida
pública.
Inició sus estudios en
su pueblo natal como alumno del profesor Heriberto Garza, destacado pedagogo
que, como muchos de su generación, asimiló, cual si fuera religión, el positivismo
de Augusto Comte.
Su adolescencia
transcurrió entre el telar para confeccionar rebozos, instalado en el domicilio
paterno que acostumbró sus manos al trabajo; la banda de música del pueblo, que
afinó sus oídos y su voz, abriéndole un resquicio a la contemplación estética;
y el liderazgo ejercido sobre un nutrido grupo de muchachos de su edad, ya
entonces era un caudillo peculiar: no toleraba el lenguaje soez y ni la
comisión de injusticias.
En 1905 asistió a una
tanda de ejercicios espirituales impartida por misioneros llegados de
Guadalajara.
Sin renunciar a su
capacidad de conducir a los demás y a sus inquietudes intelectuales leerá por
entonces los Estudios Filosóficos sobre el Cristianismo, de Augusto Nicolás,
las obras de Jaime Balmes y los discursos del poblano Trinidad Sánchez Santos,
destinará buena parte de su tiempo libre a la enseñanza del catecismo, a
visitar enfermos y a incrementar su relación con Dios.
Fue tan notorio su
cambio de vida entre los años 1905 y 1908 que un sacerdote allegado a su
familia, don Narciso Cuéllar, le propuso cursar el bachillerato en el Seminario
Auxiliar de San Juan de los Lagos, fundado dos años antes. Este mismo sacerdote
obtuvo el permiso de la familia y se comprometió a solventar el pago de la
pensión de la escuela.
Anacleto anhelaba
ampliar horizontes a través de la cultura e inició con notable aprovechamiento
los estudios. De su afán intelectual, cultivado antes de ingresar al Seminario,
dan cuenta sus calificaciones, siempre supremas, al grado de pronto estar en
condiciones de suplir al maestro, en ocasiones con ventaja. Será desde entonces
el Maestro o más familiarmente, el “Maistro Cleto”.
ESTANCIA
EN EL SEMINARIO
No ingresó al internado
del seminario sino como alumno de la madre denominada Matiana, su integridad lo
llevó a discernir, casi desde el principio, que su vocación no era el
sacerdocio. Por esa razón declinó la propuesta de sus superiores para ser
enviado al Colegio Pío latinoamericano de Roma a cursar la teología. En su
lugar marchó, en 1913, su compañero Higinio Gutiérrez.
Anacleto tuvo claridad
en sus aspiraciones y a pregunta expresa del profesor de historia, el padre
Lino Pérez, sobre su vocación y carrera, respondió: "Quiero ser licenciado
para luchar por la Iglesia y por la Patria".
Los estudios
realizados, según el plan académico de entonces, le proporcionaron una
formación humanística. En seis años acreditó otros tantos cursos de religión,
tres de historia, tres de latinidad, dos de griego, tres de filosofía, dos de
matemáticas, uno de francés, uno de sociología y uno de astronomía.
La vida intelectual no
le impidió inmiscuirse en las preocupaciones sociales de su época. En 1912, por
invitación de un inventor, viajó por vez primera a la Ciudad de México, para
mostrar al presidente Francisco I. Madero, la "chifladura"
de un inventor provinciano. La misión fracasó, no así su entusiasmo por
participar en la nueva conformación social, afiliándose, por entonces, al
Partido Católico Nacional. Utilizó las largas vacaciones del verano de ese año
para realizar campañas de proselitismo a favor del instituto político en la
región de Los Altos. Ya en el Seminario de San Juan de los Lagos, al enterarse
de la ofensiva norteamericana al Puerto de Veracruz, organizó su primer grupo
de orientación social, la "Patriae Phalanx" (Falange de la Patria),
con casi un centenar de estudiantes. La vida de esta organización no tardó en
apagarse; más, con todo y ser breve, encendió la llama de muchos, llamados a
ser destacados prohombres, y también, por ironías de la vida, adversarios
irreconciliables.
En 1913, concluidos los
estudios de bachillerato, tras agradecer el apoyo de sus bienhechores, decidió
incorporarse a la vida pública.
A fines de ese año,
acompañado de quien será su inseparable amigo y colaborador, Miguel Gómez Loza,
representó a Tepatitlán en la convención del Partido Católico, celebrado en
Guadalajara.
Por estas fechas, junto
con otros alteños, se estableció en Guadalajara, en la casa de la señora
Jerónima Sonora España, de donde derivó el apodo de "Gironda" para su
casa y de "girondinos" para sus asistidos.
Se inscribió en la
Escuela Libre de Derecho, sostenida por la Sociedad Católica. En 1914,
siguiendo las directrices de la encíclica Rerum Novarum y gracias al sano
influjo del eminente sociólogo Miguel Palomar Vizcarra conformó algunos
sindicatos católicos.
Con el fin de suplir un
poco la falta de instrucción ética y religiosa, ausente en las escuelas
oficiales, impulsó la creación de los siguientes círculos de estudios: Donoso
Cortés, de oratoria; Agustín de la Rosa, de apologética; Aguilar y Marocho
de periodismo; Ozanam y Mallincrodt, de materias libres; León XIII, de
sociología. Por otra parte, para asegurar su manutención, impartía clases
particulares de latín y de historia.
En el mes de julio, la
ciudad de Guadalajara fue tomada por las tropas del general Álvaro Obregón.
Muchos edificios eclesiásticos -la Catedral, el Seminario Conciliar, el
hospital de San Martín de Tours- fueron expropiados por las tropas
carrancistas. Los ataques perpetrados a las iglesias irritaron a la mayoría de
la población al grado de inclinar la simpatía de sus habitantes a favor de los partidarios
del guerrillero Francisco Villa.
EL
MOVIMIENTO ARMADO
Por edicto papal fueron
cerradas las escuelas de corte religioso e impedido el culto religioso en
México, desempeñó oficios como la venta al menudeo de cigarrillos, tahonero de
panadería y sobrestante en una construcción. En espera de tiempos mejores, dejó
la ciudad en los últimos días de 1914, radicándose en el municipio de
Concepción de Buenos Aires, Jalisco, donde su hermano Severiano ejercía el
cargo de sub recaudador de rentas. En esa población, se ocupó de la catequesis
infantil y de la atención de una pequeña tienda de comestibles, propiedad de su
hermano. En mayo de 1914, cruzaron Concepción de Buenos Aires las tropas de
villistas comandadas por el general Antonio Delgadillo; se dirigían a Guadalajara,
ciudad que estaban dispuestos tomar. Anacleto, agobiado por los cinco meses de
penosa inactividad, se dio de alta en la tropa villista, como tribuno,
secretario y redactor de proclamas. La Primera organización que creo muy joven
se llamó "Falange de la Patria" creada en 1910 en su pueblo donde sus
miembros tenían que aprender ejercicios militares y de oratoria.
En las orillas de
Guadalajara, se añadieron al contingente de Delgadillo los alteños acaudillados
por el bravo sacerdote y coronel Miguel Pérez Rubio, quien había bautizado a
Anacleto. En el campamento villista, Anacleto arengó a las turbas invitándolas
a sostener el ideal y a rescatar los valores de la causa. La aventura pronto
llegó a su fin. A raíz de un desaguisado con el Gobernador villista de
Jalisco, Julián Carrillo, el general Antonio Delgadillo, el padre Miguel
Pérez y otros, fueron pasados por las armas en diciembre de 1915, en el pueblo
de Poncitlán, Jalisco. Cuentan que Anacleto escapó de la muerte gracias a la
providencial circunstancia de encontrarse impartiendo una lección de catecismo
a un grupo de niños del pueblo. Su efímera aventura villista lo desilusionó
totalmente de la opción por la lucha armada.
ANDANZAS
APOSTÓLICAS
De nuevo en
Guadalajara, en 1916, reanudó su quehacer académico; restableció el círculo
estudiantil de la "Gironda", fundó un centro de catequesis para los
niños del barrio del Santuario de Guadalupe.
Perteneció un tiempo a
una asociación hispanista, la Unión Latinoamericana, promovida por el argentino
Manuel Ugarte, más, al advertir algunos excesos que él no aprobaba, decidió
separarse del grupo.
Importante fue el apoyo
que Anacleto brindó al joven Luis B. Beltrán y Mendoza, interesado en aprovechar
el éxito de los Círculos de Estudio para fundar en Guadalajara la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM).
El 17 de julio de 1916,
con la aprobación del Arzobispo don Francisco Orozco y Jiménez se inauguró
la organización dentro de la cual pudo construir toda una estructura de acción
social en la que fue pródigo en celo e iniciativas. Las actividades de la ACJM no
tardaron en llegar a grupos cada vez más numerosos.
Distribuyó su tiempo
libre en impartir clases particulares de latín e historia, el periodismo y el
apoyo a los círculos de la ACJM sin descuidar su preparación profesional como
abogado.
En medio de la intensa
actividad, participaba de la Eucaristía; dedicaba tiempo a la oración y a la
contemplación, y la mantenía a lo largo de la jornada.
Para fortalecer su
espiritualidad, ingresó a la Congregación Mariana de Señor San José y a la
venerable Orden Tercera Franciscana Seglar, cuya ascesis lo nutrió.
Con el propósito de
ofrecer a los católicos criterios para refutar el discurso cada vez más
agresivo de los carrancistas y demás revolucionarios norteños, quienes habían
incluido en la nueva Constitución algunas disposiciones que lesionaban los
privilegios clericales, fundó y editó el 1º de julio de 1917, el Semanario
católico "La Palabra".
Fustigó desde esta
tribuna los atropellos de los anticlericales y la débil resistencia opuesta
hasta entonces por los católicos. También publicó por estos días su primer
libro, "Ensayos", una colección de discursos y conferencias,
prologadas por Efraín González Luna.
Ese mismo año, una
enmienda a la Constitución Federal declaró inválidos los créditos escolares
expedidos por planteles académicos no reconocidos por el Estado.
A los 30 años de edad,
Anacleto se encontró en la disyuntiva de desistir en su propósito de obtener un
grado académico, o empezar sus estudios de nuevo. Eligió esto último; una a
una, revalidó las asignaturas dispuestas por los planes de estudio oficiales.
Cinco años invirtió en acreditar con nota suprema todas las materias requeridas
para obtener el título de abogado, reconocido por las autoridades estatales.
A partir de 1918, se
ostentó como el jefe nato de los católicos jaliscienses, acrisolado en la
adversidad. El título se lo ganó en julio, cuando al ser promulgados por el
Congreso del Estado los decretos anticlericales números 1913 y 1927, él
encabezó la resistencia que echó por tierra ambos preceptos.
En este año, además de
sus clases particulares, de asistir a las cátedras de su facultad, de colaborar
intensamente en la integración de los sindicatos católicos, quiso seguir
atendiendo los círculos de estudio de la ACJM.
Dictó conferencias y
discursos y escribió múltiples artículos periodísticos en los Semanarios
"La Época", "El Obrero", "Restauración" y, por
supuesto, en "La Palabra". Si se añade a esta actividad febril la
revalidación de sus estudios de bachillerato y de leyes, su afán por leer todo
tipo de literatura con tal de que lo acerque al pensamiento contemporáneo, sus
denodados empeños por resistir los embates gubernamentales en contra de la
libertad religiosa, y su pobreza, mantenida en los límites del decoro, deberá
concluirse que tenacidad semejante no podría existir sin una raíz vital más
honda que la ambición humana; una visión sobrenatural capaz de iluminar todas
las circunstancias de la vida como parte de un proyecto trascendente.
A pesar de las
ocupaciones ya mencionadas, el afecto se dio su debido lugar, pues de este
tiempo data su relación de noviazgo con la que será su esposa, María Concepción
Guerrero Figueroa, una pobre hospiciana, sin padres conocidos, sostenida por
la caridad de la señorita Apolinaria Camacho Moya, hermana del sacerdote
Vicente María, de los mismos apellidos. Durante los cuatro años que anteceden a
su matrimonio todos los días recibió la novia -Concha- una encendida esquela de
su enamorado.
COLABORADOR
FIEL DE SU OBISPO
El 22 de julio de 1918
midieron sus fuerzas el gobierno y los radicales católicos. Ese día, ante
centenares de manifestantes, González Flores increpó al gobernador del Estado,
general (masón) Manuel Macario Diéguez,
quien desde el balcón del Palacio de Gobierno había pretendido desentenderse de
la multitud dirigiéndoles unas pocas y virulentas palabras.
A partir de esa fecha y
durante ocho meses, mantuvieron algunos católicos una férrea resistencia a las
disposiciones aludidas, acciones coordinadas en buena medida por Anacleto,
apoyado por los jóvenes del ACJM y por mujeres y adultos de toda clase. El arma
de mayor efecto, la que más frutos produjo, fue el boicot económico, cuyos
efectos además de conmocionar la economía del Estado, revitalizaron la tímida y
adormecida identidad de ALGUNOS católicos jaliscienses. En los primeros meses
de 1919, el gobierno del Estado se vio forzado a derogar, por presiones, los
controvertidos decretos.
En marzo de ese 1919,
durante la inauguración de un nuevo centro de la A.C.J.M., en la ciudad de
México, triunfó como orador. Hombre de su tiempo, en la trabazón de sus
discursos se descubren las virtudes y aún los defectos de la época:
"ampulosidad, redundancia y artificio", pero, por encima de éstos,
campean la fuerza de su verbo, la honestidad y la coherencia de vida.
En la tercera década
del siglo XX, la vocación intelectual de Anacleto, a fuerza de hacer acopio,
produce síntesis; un reguero de iniciativas; sus discípulos y amigos lo
admiran, lo respetan y lo obedecen.
Es recordado por figuras tales como Efraín
González Luna, Agustín Yáñez, Antonio Gómez Robledo, Heriberto Navarrete y Jorge Padilla, por decir algunos nombres.
Anacleto, como ávido
lector, cuenta entre sus autores a William Shakespeare, Rolland,
Ibsen, Friedrich Nietzsche, Rodó y muchos más. Con este acervo, pudo
elaborar una muy particular visión del cosmos, la llamada Filosofía de la
resistencia, cuya novedad consiste en ofrecer los postulados de una
contrarrevolución que no sea "una revolución al contrario sino lo
contrario de una revolución".
Quiso colaborar con lo
que llamaba la "instauración del reinado de Cristo"; por ello apeló a
cualquier estrategia conveniente, por ejemplo, algo inedito para su época,
otorgar a la mujer un lugar destacado en el desempeño de actividades
sociales estratégicas.
Su proselitismo no
conoció límites. Formaba, sin caer en lo chocarrero, amenos corrillos con
albañiles, operarios y labradores. Con los humildes, bien dotado oportunas
anécdotas, aderezadas con el lenguaje coloquial y llano de su infancia.
Las oportunas sugerencias del antiguo rebocero,
maestro de obras, panadero, quincallero, eran escuchadas con interés y
conquistaban al más variado auditorio; a la vez, matizaban la invitación, el
consejo o la prédica.
Fue aprehendido el 10
de julio de 1919 junto con Pedro Vázquez Cisneros y Jorge Padilla, directivos
de la ACJJM de Guadalajara.
Un año después, en
1920, se afilió a la sociedad secreta "Unión de Católicos Mexicanos",
-la U- o "la Base", de la que sería director en Jalisco, creada
por el Padre Luis Ma. Martínez, entonces presbítero de la diócesis de
Morelia y años más tarde arzobispo de México. El episcopado de aquel tiempo
supo de la existencia de esa sociedad secreta, al que pertenecieron muchos
sacerdotes y destacados católicos. Por tratarse de una asociación de
resistencia católica, por la seguridad tanto de sus afiliados como por la
salvaguarda de sus objetivos y de sus estrategias, la U mantuvo en secreto sus
actividades, emparentándose, al menos en el hermetismo, prohibidas por el
Código de Derecho Canónico. Habiéndose radicalizado las posturas de algunos de
sus miembros y desarticulado por grupos de jesuitas. Finalmente el Papa Pío
XI, decretó su extinción en 1929.
En abril de 1922
alcanza su título y su licencia como abogado. En su despacho de abogado acudían
algunos los pobres a solicitar sus servicios, a los que abstenía cobrarles,
hasta llego a brindar ayuda económica.
VIDA
CONYUGAL
El 17 de noviembre de
1922, en la capilla de la A.C.J.M., contrajo matrimonio con María Concepción
Guerrero Figueroa. El matrimonio fue asistido canónicamente por el arzobispo de
Guadalajara. Con todo, la huérfana sostenida por la caridad de la familia Camacho Moya no estaba destinada a ser la
esposa que esperaba.
Los nuevos esposos se
establecieron en la Capilla de Jesús, una antigua barriada de Guadalajara. Las
ilusiones de la esposa por alcanzar prestigio social y comodidades no tardaron
en chocar con la sobriedad de su marido, quien acercaba al hogar lo necesario
para garantizar una vida digna, pero excluía lo superfluo. A los reproches de
su esposa respondía con mesura; sus palabras más que indignación expresaban
cariño y tolerancia.
CLAUSURA
DEL SEMINARIO CONCILIAR
En diciembre de 1924,
el titular del poder ejecutivo local, el (masón) José Guadalupe Zuno, ordenó la
clausura del Seminario Conciliar de Guadalajara.
Para oponerse a la
avalancha de agresiones sistemáticas del Gobierno en contra del cierre del
Seminario, Anacleto organizó un Comité de defensa, germen de lo que será la
última obra de González Flores, la Unión Popular, creada a principios de 1925,
siguiendo los pasos de la Wolksverein, de Ludwig Winhorst, en la Alemania de
Bismarck. Los jóvenes de la A.C.J.M. fueron los primeros en sumarse a este
esfuerzo.
Se trató de activar a
todos los católicos del Estado de Jalisco y de sus alrededores, aplicando un
estatuto simplísimo que comprometiera al mayor número posible de personas. Las
poblaciones se dividieron en parroquias, zonas y manzanas, cada cual con sus
respectivos jefes, todos coordinados por Anacleto. Como órgano de difusión de
la Unión Popular, creó el Semanario Gladium, que en pocos meses alcanzó un
tiraje de cien mil ejemplares distribuidos por correos propios.
LA
INSURRECCIÓN CRISTERA
Gracias a la disciplina
y ejemplo de civilidad de Anacleto, la Unión Popular cundió adentro y fuera de
la diócesis; Los Militantes de la A.C.J.M. fueron enviados al interior del
Estado portando tan sólo una carta de presentación del Arzobispo don
Francisco Orozco y Jiménez y las instrucciones básicas para establecer en
todos los lugares la Unión Popular.
Las mujeres, elemento
humano tradicionalmente pasivo en la vida pública, ajeno al quehacer social y
político, se organizaron en las Brigadas femeninas, con resultados inesperados.
En mayo de 1925, la
Santa Sede condecoró a Anacleto con la cruz Pro Ecclesia et Pontífice.
Entre tanto, en la
Ciudad de México, un grupo de católicos, para contrarrestar al gobierno de
Calles, dieron vida a la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad
Religiosa.
González Flores
ideólogo de esta lucha donde se satanizaba la
Revolución, en particular la mexicana. Como
parte de una trilogía, que propagaba, era necesario destruir a la masonería, el
judaísmo y el protestantismo.
En 1926 "La
Liga" le ofreció una fuerte suma a corto plazo, que junto con los
optimistas informes que le dieron respecto a los millones de pesos con que
contarían; provenientes de los Caballeros de Colón, de compañías
petroleras, y de algunos prelados norteamericanos. La Unión Popular implementó
una táctica de resistencia pacífica similar a la utilizada en 1918: boicot
económico, manifestaciones públicas de luto, aislamiento y repudio al Gobierno (revolucionario).
En 1926, el presidente
(masón), general revolucionario, Plutarco Elías Calles promovió la
reglamentación del artículo 130 de la Constitución a fin de contar con
instrumentos más precisos para ejercer los severos controles que la
Constitución de 1917 estableció como parte del modelo de sujeción de las iglesias
al Estado aprobado por los constituyentes. Estos instrumentos buscaban limitar
o suprimir la participación de las iglesias en general en la vida pública. (Con
la prohibición gubernamental de todo culto exterior e interior a la Religión
Católica).
Ante esta perspectiva,
después de haber agotado todos los recursos ordinarios de índole legal y moral,
el Episcopado Mexicano, en conformidad
con la Santa Sede, determinó suspender el culto público en todas las diócesis
de México. Se notificó a los creyentes la decisión y se procedió conforme a
ella.
En las últimas semanas
de 1926, los emisarios de la Liga presentaron un ultimátum a González Flores: o
la Unión Popular apoyaba la decisión de "todos" los grupos católicos
de México, o quedaría fuera de esta confederación, para escándalo y división de
la Causa. Se le presentaron todos los argumentos: la lícita defensa, el apoyo
tácito de los Obispos, la condescendencia de la Santa Sede, la solidaridad de
las naciones. Para allanar dificultades, la Liga le propuso nombrarlo delegado
de la asociación para el Estado de Jalisco.
Un abanico de
posibilidades pero sólo una salida honrosa: aceptar la propuesta de la Liga: la Resistencia. Hecha su elección, sólo
pudo exclamar: “Estaré con la liga y echaré en la balanza todo, lo que soy y lo
que tengo. Mezclados como van a quedar, demasiado lo sé, en el torbellino de
una lucha que recomendamos hoy, acudiendo a la razón de la fuerza: Dios haga fructificar este sacrificio
colectivo.
No quisiera que alguno
estuviera engañando acerca del alcance que tiene esta invitación: “Los convido a sacrificar su vida para
salvar a México” (Para salvar al pueblo de México del comunismo solapado)
A fines de diciembre de
1926, Anacleto convocó una reunión plenaria de jefes de la Unión Popular.
Llegaron a Guadalajara representantes de todos los puntos, y a nadie extrañó la
resolución tomada, es más, muchos la esperaban con ansia: los jóvenes ilusos y
apasionados, incontenibles, sin preparación bélica, sin armas ni pertrechos,
sin estrategias. Después de la convención, se dispuso que en los primeros días
del mes de enero iniciaría una guerra de guerrillas. Anacleto aceptó la
jefatura civil de la resistencia, a Miguel Gómez Loza se dio la tarea de formar
programas de acción, así como organizar a los grupos armados de cristeros que
brotaban por todos lados de la región; como secretario quedó el también
nombrado jefe de la Unión Popular, Heriberto Navarrete.
Conforme a lo planeado,
las escaramuzas y ofensivas contra la autoridad constituida comenzaron los
primeros días de enero. Lo simultáneo de los asaltos, impidieron al ejército
sofocar el conato de guerra civil. Desde la capital del Estado, en refugios
sólo conocidos por unos cuantos, Anacleto se enteraba de las acciones,
distribuía los recursos y exhortaba a la unidad. La revista “Gladium” era el
vehículo de comunicación para todos. A través de esta publicación, la voz del
jefe llega a las barrancas, los campamentos y en las poblaciones. Su discurso
se tornó combativo. Ya no exhortaba, exigía a los católicos apoyar sin reservas
y con heroísmo la defensa de la Iglesia católica.
El apoyo de las
brigadas femeninas fue la clave para distribuir el material bélico. El venal
jefe de las Operaciones Militares en Jalisco, general de división (masón), Jesús
Ma. Ferreira, medró con la situación, en el estado de la situación no podía
mantenerse en esas condiciones indefinidamente. Las autoridades civiles de
Jalisco sintieron amenazadas sus posiciones cuando de la metrópoli llegaron
admoniciones con tonos cada vez más severos, exigiendo sofocar la resistencia
de los radicales católicos.
SU
MARTIRIO Y EJECUCIÓN
El del 1º de abril de
1927, días antes había encontrado refugio en la casa de la familia Vargas
González. Tras cuidadosas pesquisas, los agentes del gobierno supieron su
paradero y planearon aprehender en un solo acto a algunos católicos
representativos.
Además de Anacleto,
fueron detenidos Luis Padilla Gómez, secretario de la Unión Popular; Heriberto
Navarrete, encargado de la misma; Miguel Gómez Loza, don Ignacio Martínez, el
joven Agustín Yáñez, Antonio Gómez Palomar, su hijo Antonio Gómez Robledo y
muchos más.
La captura de Luis
Padilla Gómez la dirigió el general Ferreira; la de Anacleto se la
encomendó al jefe de la policía del estado, Atanasio Jarero, de triste memoria.
Yáñez, Gómez Loza y Navarrete, puestos a salvo oportunamente, no fueron tomados
presos, aunque éste último lo sería en la ciudad de México.
Sitiada la casa de los
hermanos Vargas González, se procedió al arresto de los moradores y al saqueo
de la vivienda. Anacleto fue despertado por las voces de alerta de sus
huéspedes, se enfundó en su overol de obrero, su última prenda, corrió al patio
de la casa, que advirtió sitiado, regresó al interior y, oculto bajo una mesa,
destruyó la documentación más comprometedora. Ninguno de los moradores de la
casa portaba un arma. Se arrestó a toda la familia. Los hermanos Florentino,
Jorge y Ramón Vargas González fueron trasladados al Cuartel Colorado; Anacleto
a la Dirección General de Operaciones Militares; a las mujeres se les encerró
en la que fuera Casa Episcopal, convertida ahora en Inspección de Policía. Una
vez identificados, se remitió a hermanos Vargas González al Cuartel Colorado.
El general Ferreira,
urgido por mandato directo de la Presidencia de la República, necesitaba
ejecutar cuanto antes a los reos. Ordenó,
pues, torturar a Anacleto recurriendo a un refinado suplicio, entonces en boga:
suspenderlo de los pulgares, flagelarlo, descoyuntarle los dedos y herirle las
plantas de los pies. Un golpe brutal de fusil casi le desencajó el hombro.
Ferreira quería saber nombres de personas comprometidas con la resistencia,
centros de acopio, procedencia de recursos, pero, sobre todo, el paradero del
Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez.
La noticia de la
captura corrió toda por la ciudad. Numerosos grupos de personas se agrupaban en
las calles aledañas al Cuartel Colorado.
Un funcionario público,
el magistrado Francisco González, emparentado con la familia Vargas González,
obtuvo el amparo de la Justicia Federal en favor de los reos, sin embargo, la
sentencia era irrevocable y urgía cumplirla antes que los Católicos protestaran
a su modo.
A las dos de la tarde, fue
liberado Florentino, uno de los hermanos Vargas González, los otros prisioneros
fueron conducidos al paredón; tras un
simulacro de juicio sumario, acusados del secuestro y asesinato del
ciudadano estadounidense E. Wilkins, se les condenó a sufrir la pena capital.
Las versiones de la ejecución que proporcionan las diversas fuentes, indican
que primero fueron pasados por las armas Luis Padilla Gómez, Jorge y Ramón
Vargas González, quedando con vida solo, Anacleto dijo "el juez que me juzgue a mí también
los juzgara a ustedes". Ferreira, ordenó a un soldado lo apuñalara
por la espalda, con bayoneta, perforando los pulmones.
Los certificados de defunción de los
ejecutados, asentados la mañana siguiente en distintas partidas, indican que
murieron de "herida de bala" en domicilios distintos.
En el margen derecho de dos de estos documentos
aparece, la firma del Gobernador de Jalisco Silvano Barba González.
Anacleto González
Flores fue fusilado acusado de asesinar a soldados federales.
En el cadáver de
Anacleto se pudieron evidenciar las marcas de los azotes, los pulgares
descoyuntados, las plantas de los pies con escoriaciones profundas, el hombro
dislocado y la tremenda puñalada que le costó la vida.
Una ambulancia,
estilando sangre, trasladó los despojos de los caídos, al patio de la
Inspección de Policía, donde se les arrojó en el patio. Una turba de curiosos
pudo atestiguar la escena: Ferreira, muy turbado, se apersonó en el lugar;
exigía continuaran los arrestos. La cacería ciertamente continuó; por órdenes
de Ferreira fueron arrestados y fusilados algunos católicos prominentes, entre
ellos los hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, estos dos
últimos, padres de familia, fieles colaboradores a la causa, y que además
escondían a dos sacerdotes, sus hermanos José Refugio y Eduardo Huerta.
Los hermanos Huerta Gutiérrez fueron fusilados
bajo la orden del (masón) General Jesús M. Ferreira la madrugada del 3 de abril
de 1927 sin juicio alguno tras una tortura similar a la recibida por Anacleto González Flores.
Los maltratados
hombres, golpeados y torturados a sangre fría, fueron guiados con pies
descalzos y sin piel en las plantas, desde las oficinas de la comandancia de
policía ubicada en el centro de la ciudad de Guadalajara hasta el Panteón de
Mezquitán, donde finalmente fueron pasados por las armas. Sus cuerpos fueron
sepultados allí mismo, sin lápida ni marca, y no se supo de ellos hasta varios
años más tarde, cuando hijos de los fallecidos se dieron a la tarea de buscar
el lugar donde fueron sepultados sus padres.
Sus restos actualmente
reposan en la parroquia de Jesús en Guadalajara, muy cerca del Santuario de Guadalupe donde, en una
capilla, reposan los restos de Anacleto González Flores.
La tarde del viernes 1º
de abril, se permitió a los deudos de los occisos disponer de sus restos
mortales. Toda la noche, a pesar del riesgo que eso suponía, centenares de
personas visitaron el domicilio familiar de Anacleto, y el de las otras
víctimas. Por la mañana, miles de
tapatíos (naturales de la ciudad de Guadalajara), acompañaron los restos a
su tumba, en el panteón de Mezquitán. En el camino se vitoreó tanto al
fallecido como a la causa que defendía, a la religión, a la Iglesia, al Papa y
a los Obispos. Los policías no se atrevieron a intervenir.
Semanas
más tarde, el general Jesús M. Ferreira fue removido de su cargo. En 1929,
durante el interinato del Presidente Emilio Portes Gil, se le degradó.
Murió en 1938. Por ironía de la vida, aunque murió en el estado de Sinaloa, fue
sepultado en el cementerio municipal de
Guadalajara, muy cerca de los restos de quienes habían sido asesinados por
mandato suyo.
DESPUÉS
DE SU MUERTE
La muerte de Anacleto
legitimó la protesta de muchos católicos, expresada en la resistencia
activa.
En ediciones póstumas
aparecieron dos selecciones de sus artículos periodísticos: Tu Serás
Rey y El Plebiscito de los Mártires. Se reeditaron
sus Ensayos, aparecidos por primera vez en 1917.
En abril de 1947, al
cumplirse veinte años de su muerte, sus restos fueron trasladados al Santuario
de Guadalupe de la ciudad de Guadalajara, donde reposan.
Anacleto
González Flores fue beatificado el 20 de noviembre de 2005 en el Estadio Jalisco de
la ciudad de Guadalajara, junto con otros compañeros Mártires por la misma Causa.
Entre ellos:
Miguel Gómez Loza,
José Luciano Ezequiel
Huerta Gutiérrez,
José Salvador Huerta
Gutiérrez,
Luis Magaña Servín,
José Dionisio Luis
Padilla Gómez,
Jorge Ramón Vargas González,
Ramón Vicente Vargas González,
José Sánchez del Río,
Leonardo Pérez Larios.
Bibliografía
Laura
Campos Jiménez (2005). Los Nuevos Beatos Cristeros.
México:
Las Tablas de Moisés. Heriberto
Navarrete (2005). Por Dios y Por la Patria, México:
Categorías: Nacidos en
1888. Fallecidos en 1927. Beatos de México. Activistas de México. Mártires Católicos.
Mártires Jalicienses.
Editó: Luis
Ozden
Para el Blog “Academia
de Hernán Cortés”
RESUMEN:
ANACLETO GONZÁLEZ FLORES
|
|
Nacimiento
|
13 de julio de 1888 en
Tepatitlán, Jalisco. |
Fallecimiento
|
1 de abril de 1927.
Guadalajara, Jalisco. |
Venerado en
|
México.
|
Beatificación
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2005
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Canonización
|
En trámite.
|
Festividad
|
1 de abril.
|
Anacleto González Flores (nació en Tepatitlán,
Jalisco el 13 de julio de 1888 y murió en Guadalajara,
Jalisco el 1 de abril de 1927. Fue un
laico y dirigente moral de la rebelión Cristera en el occidente mexicano,
reconocido por su resistencia en contra del gobierno masónico de Plutarco
Elías calles y en defensa del pueblo católico mexicano y de la Iglesia Católica.
FUE
TORTURADO Y MURIÓ FUSILADO EL 1° DE ABRIL DE 1927
Editó: Luis
Ozden
Para el Blog “Academia
de Hernán Cortés” Abril de 2015.