EL
ACUEDUCTO MÁS LARGO DEL MUNDO
Corría el año de
1540, a la Nueva España del Mar Océano, llegaba otro de los numerosos grupos de
Frailes franciscanos, que desde los primeros “Doce Apóstoles” de 1524, se iban
agregando a la maravillosa empresa de convertir al cristianismo a los indios
paganos que poblaban, en numerosas tribus, los enormes territorios descubiertos
y conquistados por los hombres y mujeres de la España cristiana. Escasamente
habían pasado 19 años desde que Hernán Cortés y sus valientes soldados y
aliados indios, habían tomado prisionero al gran Tlatoani de los mexicas,
acabando con ello la cruel y sangrienta dominación, que desde hacía siglos, se
hallaban sometidos los pueblos mesoamericanos.
Conquistar tierras
y súbditos para el Rey y salvar almas para Jesucristo, eran los propósitos
principales de los españoles hidalgos del siglo XVI. Mientras que los entrados
en religión arribaban descalzos, con el corazón inflamado de amor por los
desvalidos paganos que vivían en la oscuridad espiritual, sin conocer y adorar
al verdadero Dios.
Entre el grupo de
Frailes franciscanos del mencionado año de 1540, venía Fray Francisco de Tembleque, natural del pueblo del mismo nombre en
la provincia de Toledo del reino de Castilla. Fray Francisco de Tembleque era
pequeño de cuerpo, pero fuerte y recio.
Se acompañaba de
otro fraile de mediana edad como él; Fray Juan de Romanones. Juntos se alojaron
en el monasterio de la Orden franciscana de la ciudad de México.
Durante los tres
años de su estancia en la capital del naciente Virreinato de la Nueva España,
aprendió la lengua mexica para poder evangelizar a la numerosa población de
neófitos. Por lo que en 1543 fue destinado al pequeño convento del pueblo de
Otumba situado no muy lejos al norte de la capital del Virreinato.
El padre De
Tembleque, ya en el convento de Otumba, recorría las moradas de los indios
enseñando la doctrina cristiana, bautizando y celebrando la Santa Misa. Su
inteligencia era desarrollada y su caridad por los indios era muy ardiente.
Después de una epidemia
que causó gran mortandad de los nativos, se apercibió que la causa de ello, era
el mal estado del agua que bebían, porque los aguajes producidos por la lluvia
estaban contaminados por el ganado que ahí saciaba su sed.
Entonces determinó
traerles el agua directamente de los manantiales. Pero éstos se hallaban
bastante lejos y detrás de unas lomas y barrancos. La única forma de llevar el
agua corriente era construir un “caño” como se llamaba en esa época a los
acueductos. Por lo que se encaminó al convento Mayor de la capital para
proponer su idea a su Superior. Éste, después de escuchar las razones y los
proyectos del Padre Francisco de Tembleque junto a sus hermanos en religión trataron de desanimarlo, por ser imposible
reunir el dinero y los escuadrones de obreros que necesitaría.
Sin embargo, se enviaron
observadores para medir la distancia y los obstáculos del terreno entre el
poblado de Otumba y el poblado de Zempoala donde estaban los manantiales. Por
medio de las mediciones, encontraron que
las fuentes de agua estaban a menor altura que el lugar adonde llegaría. Y además,
la distancia era de más de 15 leguas, unos 45 kilómetros nada menos.
Hasta el mismo
Virrey don Antonio de Mendoza declaró
impracticable el proyecto pero Fray Francisco no se desanimó por la
incredulidad y obstáculos de quienes se enteraron de sus planes.
El Padre Tembleque,
como lo llamaban, conocía bien el terreno, su brillante inteligencia le determinaba la
viabilidad del “caño”, y a pesar de no
ser “jumétrico” ni haber estudiado hidráulica
su Fe en Dios a toda prueba, lo impulsaba a organizar la obra. Con ingenio, ánimo y perseverancia(1)
El Padre fray
Francisco era un hombre santo; era taumaturgo, es decir; veía el futuro y
aprendía las cosas más difíciles por simple deducción y, entre otros dones, también se comunicaba con los animales. Su
compañero en la ermita que construyó junto a la obra del acueducto, era un
enorme gato-pardo-montés quien por
las noches solía cazar, regresando por las mañanas con un conejo o algunas codornices para el
almuerzo. Esta historia está bien documentada, porque el Santo Oficio de la Inquisición mandó un inspector y un escribano
para que dieran cuenta del prodigio. Se relata que en la ocasión de la visita
de los inspectores, el gato-montés,
por orden de su amo, salió varas veces a cazar trayendo animalejos para los
huéspedes.
En otra ocasión,
cayó un rayo en la ermita incendiándola, pero el monje constructor no sufrió
más que una herida en un ojo.
A medida que
avanzaba la obra del Acueducto se iba incrementando su fama, ya eran legiones
de caritativos vecinos que ofrecían ayuda material con sus fuerzas físicas y espirituales con
sus oraciones. También desde la ciudad de México se organizaban excursiones,
entre los curiosos, llegó Fray Gerónimo de Mendieta quien relató lo siguiente:
“Francisco de Tembleque natural de pueblo de
Tembleque vino del Reyno de Castilla junto
con Fray Juan de Romanones, cuyo indiviso compañero fue casi todo el tiempo en
que estuvieron en esta Nueva España. Aprendió la lengua mexicana para confesar
a los indios, y aunque no se dispuso a predicar en ella con el aparato
acostumbrado, leía por el libro a los indios la doctrina como sermón que le
parecía conveniente, porque leía expeditamente esa lengua”.
“En
el convento de Otumba, como viese que toda aquella Provincia careciese de agua
y que la de las balsas de agua llovediza con que se sustentaban los indios se
la encenagaban los dueños de los ganados y bestias, de suerte que bebían cieno
y lodo en lugar de agua, de que iban enfermando y muriendo mucha gente.
Condoliéndose de tan extrema necesidad de los pobres, puso manos a la obra”
“Determinado
de acontecer una hazaña que grandes y poderosos Reyes apenas se atrevieran a
salir con ella. Ni él pudiera disponerse a semejante obra, sino fuere con
inspiración y particular auxilio de la gracia divina”
“Y
fue traer agua corriente de nueve o diez leguas de allí, sacándola de muy
pequeños manantiales, y de parte al parecer de otros, mucho más baja que adonde
había de correr, y metida entre cerros y barrancas”
“De
cuya empresa se puede ponderar tres cosas notables:
La
primera, su admirable ingenio e
industria conque hizo la obra segura y perfecta sin haber aprendido en su vida
aquel oficio.
La
segunda: su extremado ánimo conque
emprendió lo que grandes señores con buenos maestros dificultan de emprender,
más todo lo suple la caridad”
La
tercera: su increíble perseverancia
conque pasó adelante los diez y seis años o más en esta obra teniendo muchas
contradicciones para ella”
Además, Fray
Gerónimo de Mendieta relata que él mismo con sus propios ojos vio al gato
montés cuando pernoctó en la ermita.
A lo largo de los
siglos, desde la época virreinal, la fama del acueducto y de su constructor era
tal, que llegaba gente de Europa para admirar y medir el acueducto.
Pequeña placa
conmemorativa, colocada por manos particulares, porque los gobiernos mexicanos,
nunca han querido reconocer la importancia que merece esta obra, patrimonio
mundial de la Evangelización española en el Nuevo Mundo.
Uno
de los arcos para salvar los arroyos; al fondo, la escala humana.
LA
VILLA DE OTUMBA
Tanto la población
de Otumba, donde termina el acueducto del Padre Tembleque, como la de Zempoala,
donde comienza el mismo, participan de la fama internacional que el acueducto
más largo del mundo le da a nuestro país.
Sin embargo por
razones ideológicas del indigenismo, que
impera desde hace casi doscientos años en la clase gobernante mexicana de corte liberal, no se
le ha dado el relieve que merece; especialmente a su constructor el padre Francisco de Tembleque, quien por
gracia del Espíritu Santo pudo proyectarlo y construirlo ayudado por la Orden
franciscana, primera evangelizadora de los nativos paganos; y por las cofradías
de indios cristianos que por ser precisamente eso, cristianamente dirigidos emplearon su mano de obra como maestros albañiles de primera categoría.
La villa de Otumba entra en la fama de la naciente
Nueva España a causa de la Batalla que libró Hernán Cortés, con escasos y dolientes compañeros españoles,
auxiliados por los aliados indios, especialmente tlaxcaltecas, antiguos
esclavos del poder central mexica.
En las cercanías
de esta población se ha levantado varias veces, un monumento conmemorativo a
esta decisiva batalla, guiada y sostenida por la Divina Providencia. Pero los enemigos
del pueblo católico mexicano, los traidores indigenistas, los masones de
pensamiento liberal enquistados en el gobierno, han destruido cualquier
referencia a esa batalla.
Para visitar el
famoso acueducto, el más largo del mundo, hay que llegar a la villa de Otumba y
preguntar a los vecinos por el camino. Ya que por las razones expuestas, no se
han colocado indicaciones necesarias para el turismo. A ciertos gobernantes
mexicanos masones les molesta toda referencia al Virreinato y sus obras
cristianas construidas por los pueblos indígenas recién cristianizados.
NOTA:
Últimamente,
apenas unos días antes de terminar este texto, me ha llegado la noticia de que
los responsables del Patrimonio Nacional, están por declarar al Magno Acueducto
de siglo XVI, como “Obra patrimonial de México”. Si esto se realiza, entonces
por fin, comienza a llegar al gobierno, gente consciente de la Historia de esta
Nación: Luis Ozden
Interior
de la Parroquia de Otumba
Hacia fines del
siglo XVIII se asentó en Otumba una rama de la familia del conquistador don Gonzalo Carrasco; célebre por su
valentía y bravura.
El rasgo
distintivo de esta familia ha sido, hasta la fecha: siglo XXI, la costumbre de
que en cada generación deba bautizarse a uno de sus miembros varones con el
nombre de su ancestro Gonzalo Carrasco, conservando el escudo de Armas que
recibió de la reina Doña Juana y de su hijo don Carlos V, por un hecho heroico digno de ser contado:
Gonzalo
Carrasco, de los primeros conquistadores que vinieron
con Hernán Cortés, fue compadre suyo, Cortés le asignó un lote de terreno en la
traza de la nueva Puebla de los Ángeles. Años después acompañó a Pedro de Alvarado en
casi todas las conquistas al sureste de Nueva España. En una ocasión, cuando los exploradores
atravesaban una ciénega, un lagarto atacó a Carrasco, pero éste valientemente
luchó contra el animal, matándolo con su cuchillo. Este inaudito hecho le valió
el Escudo de Armas: “Escudo terciado, por una banda de sinople
el cual atraviesa un león de su color en campo de plata. Orla con ocho estrellas
de oro de ocho puntas cada una. Timbrado con un yelmo cerrado, como divisa un
brazo armado” Así eran nuestros antepasados españoles del siglo XVI…….
En la larga
información del árbol genealógico de su familia, aparece el nombre de Gonzalo Carrasco vecino y fundador con
otros conquistadores de la ciudad de Puebla de los Ángeles. El actual Gonzalo Carrasco (1998), jefe de la
familia, tiene diez hijos e innumerables nietos. Su hijo mayor y el hijo de
éste, se llaman también Gonzalo
Carrasco.
Entre los
visitantes ilustres estuvo en 1866 el Emperador de México, Maximiliano de
Habsburgo.
Patio
trasero de la casona que habita la familia Carrasco en Ozumba.
Vista
del coche que usó el Emperador Maximiliano en su visita al Acueducto.
Otro Gonzalo Carrasco, descendiente del
conquistador que nació en Otumba en 1859,
fue sacerdote jesuita, ordenado en España, a su regresó a México fue
superior, maestro de novicios, predicador notable y director espiritual en
Saltillo, México y Puebla donde murió en 1936. Su fama le viene por haber sido
un eminente pintor muralista académico.
Sus obras existen
en la parroquia de la villa de Otumba, Estado de México y en el Templo de la
Sagrada Familia, colonia Roma de la ciudad de México.
“El
descendimiento de la Cruz”
Pintura
de gran formato del Padre Gonzalo Carrasco, expuesta en la Parroquia de Otumba,
Estado de México.
NOTA (1):
La
Magna Obra del acueducto más largo del mundo, fue
comenzada en 1545 y terminada después
de diez y seis y medio años en 1562. Su extensión es de 160 mil pies de largo,
unos 45 kilómetros. Está compuesto de tres tramos: El primero de 46 arcos, el
segundo de 13 arcos, y el tercero de 67 arcos, siendo el arco de mayor altura
de 128 pies y de luz 70 pies, más de 30 metros. Salva tres barrancones y varias
lomas.
En el año de 1562
corrió por fin exitosamente, el agua cristalina directa de los manantiales de
la villa de Zempoala, con el regocijo de los vecinos que pudieron tomarla de
cinco compuertas repartidas a lo largo del acueducto.
Fray Francisco de
Tembleque, terminado su trabajo, regresó
humildemente al Convento de la Puebla de los Ángeles donde por un tiempo,
fue su Guardián y Definidor de la Provincia del Santo Evangelio. Murió en ese
Convento en 1580 ya muy anciano y ciego. Se cuenta que su muerte fue propiciada por el atentado que sufrió de parte
de un lego, quien se ahorcó como Judas después del perdón de Fray
Francisco.
LUIS OZDEN
Julio del
2015
BIBLIOGRAFÍA:
Fray Gerónimo de
Mendieta. “Historia Eclesiástica Indiana”, Ed. 1ª vez por Joaquín García
Icazbalceta, 1870.
Luis G. Pérez de
León, “Arquitectura novohispana del Siglo XVI”. Apuntes.
Xavier Gómez
Robleda, México 1959. Datos tomados del libro: “Gonzalo Carrasco, el pintor
Apóstol”