sábado, 5 de abril de 2014

MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI




MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI
Fundador de Hispanidad en nuestro lejano Occidente
Una proeza que aconteció hace 450 años.

Al hojear uno de los libros de Historia que edita la Secretaría de Educación Pública, de distribución gratuita para el segundo curso de educación secundaria de los alumnos mexicanos (Cuchí III Espada, Víctor Manuel, Historia I) edición de 2013, en su mapa 1.6 de la página 31, hace mención de grandes travesías marítimas del siglo XVI. Me sorprendió que desconoce, ni siquiera esboza la ruta de la mayor hazaña de esa centuria, llevada a cabo para dominar el entonces llamado Mar del Sur –el Océano Pacífico–, que fue salir de las costas mexicanas al continente asiático y su regreso exitoso.

Es así como con ignorancia o por mala fe de los educadores de la juventud, se menosprecia, se empequeñece nuestra herencia de grandeza, para dar lugar a enaltecer a piratas, filibusteros y corsarios anglos, holandeses y franceses, que asolaron y saquearon puertos y ciudades de la América hispana y se posesionaron de numerosas regiones insulares y de tierra firme, por ejemplo, para no ir tan lejos, Belice.

La Nueva España ideada por Hernán Cortés, no podía quedar estática en tierra firme, le preveía mayores horizontes. En todo lo largo de su costa, donde se ocultaba el sol, en el inexplorado Mar del Sur de Vasco Núñez de Balboa, se abría un amplio espacio para cimentar los ideales de la Hispanidad en regiones ignotas.

Fernando de Magallanes zarpa de San Lucas de Barrameda en septiembre de 1519, para rodear el continente americano y buscar la ruta para llegar a Las Molucas, islas de la Especiería, que aseguraba pertenecían a España y no a Portugal. Después de una azarosa travesía, la flota logra a más de año de su salida de España, encontrar el paso buscado –el estrecho que lleva su nombre– y contemplar el mar que por la calma de sus aguas llamaría Pacífico. Al cabo de otros penosos cien días de travesía llegaron a la isla de Guam, en el archipiélago de Las Marianas, esto sucedía el 7 de marzo de 1521; navegaron otros diez días y llegaron a la isla de Samar, del archipiélago que denominaron San Lázaro y que posteriormente sería llamado De las Filipinas, en honor al entonces Príncipe de Asturias y después rey, Don Felipe. En la isla de Cebú, Magallanes tuvo un enfrentamiento con los nativos, que le llevó a la muerte. La flota que al mando de Juan Sebastián Elcano, quien completa el primer viaje de circunnavegación del globo terráqueo, el 6 de septiembre de 1522; había trascurrido casi tres años cabales desde su salida en el mismo puerto al que arribaron.

Apenas dos meses después de la llegada de Elcano, el emperador don Carlos ordenó organizar otra expedición que seguiría la misma ruta de Magallanes. La puso al frente de frey García Joffre de Loaisa y como Piloto Mayor, Elcano, quien llevaba como asistente a un joven vascuence que no cumplía aún dieciocho años, oriundo de Villafranca de Ordizia: Andrés Ochoa de Urdaneta y Cerain. Siete navíos zarparon de La Coruña en 1525. De ellas sólo cuatro desembocaron en el Mar Pacífico. En la travesía murieron Loaisa y Elcano. Fracasada la empresa, los sobrevivientes, Urdaneta uno de ellos, quedaron en Las Molucas. El patache Santiago, dirigido por Santiago de Guevara, perdido, se desprendió de esa flota y costeando logró llegar a Tehuantepec. Sorprendido de ese arribo, les recibió el gobernador nombrado por Cortés, quien les indicó que acudieran a entrevistarse con él. Así fue como los náufragos llegaron a la ciudad de México al mediar agosto de 1526 y relataron a Cortés lo acontecido. Providencialmente, Cortés con su visión de grandeza, había iniciado en Zacatula (hoy puerto Lázaro Cárdenas, en Michoacán), la construcción de tres naves para explorar las costas del Mar del Sur, pero el rey Don Carlos, le ordenó que esas carabelas salieran para auxiliar a los navegantes que estaban en Las Molucas. De inmediato, Cortés obedece la orden real y organiza la armada que pone al mando de su primo Álvaro de Saavedra Cerón, flota que salió de Zihuatanejo el primero de noviembre de 1527. Llegaron a Tidore, donde los castellanos náufragos de la expedición de Loaisa, combatían contra los portugueses. Allí se encontraba aquel Urdaneta. Al tratar de regresar a Nueva España, fracasó la expedición de Saavedra luego de dos intentos frustrados; en el primero de ellos descubrió la Nueva Guinea. Ese grupo de españoles que permanecían abandonados en esas islas, pudieron regresar a la Península, donde arribaron a Lisboa al mediar 1536. Fue así como Urdaneta, el ya experimentado hombre mar, fue el segundo humano en dar la vuelta al mundo. Habían transcurrido once años desde su salida del puerto gallego.

Pedro de Alvarado y Contreras, el Adelantado de Guatemala, regresó a España en 1538, donde conoció e hizo amistad con Urdaneta, quien le relató sus aventuras marinas y le persuadió para organizar una expedición al Mar del Sur. Con ese ánimo, Alvarado lo invitó para formar parte de esa empresa, que Urdaneta aceptó sin más  y así fue como se embarcaron rumbo al Nuevo Mundo. En efecto, Alvarado formó una escuadra con once navíos que salió de Centroamérica y costeando llegó al puerto de La Purificación en Jalisco, para tomar bastimentos y reclutar más soldados. Un suceso inesperado le sorprendió: L a rebelión de El Mixtón; para sofocarla, Cristóbal de Oñate pidió el auxilio de la tropa de Alvarado, quien  murió a consecuencia de un accidente en plena campaña. Así fue como quedó inconclusa esa pretendida incursión a las islas del poniente.

Urdaneta se quedó a residir en Nueva España, donde el virrey Mendoza le concedió los cargos de corregidor en la provincia de Ávalos (Una región entre las hoy estados de Colima y Jalisco) y de visitador en ´pueblos comarcanos a su corregimiento.

En plena madurez, a sus 45 años, este, repito, rudo y experimentado hombre de mar, quien había afirmado que “…hasta con una carreta podría yo regresar de las islas del Poniente…”, abandonó riquezas y honores mundanos e ingresó en la Orden de San Agustín, donde profesó en su convento de la ciudad de México en 1553.

Hasta aquí dejo este casi obligado preámbulo para dar paso a la semblanza de López de Legazpi.

Gobernaba Nueva España el segundo virrey don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, quien al conocer las proezas del veterano marino y fraile, propuso a Felipe II organizar una nueva empresa, esa ya de conquista de las islas españolas allende el Mar del Sur. El rey sin más acepto la idea de Velasco y le ordenó enviar “…dos naos del porte y manera y con la gente que allá pareciere, los cuales enviéis al descubrimiento de las islas del Poniente hacia las Molucas, que procuren traer alguna especiería para hacer el ensaye de ella y se vuelvan a esta Nueva España para que se entienda si es cierta la vuelta…”.

A fray Andrés le escribió el monarca desde Valladolid, en esa misma fecha:

“Yo he sido informado que vos, siendo seglar, fuiste en el armada de Loaysa y pasastes al Estrecho de Magallanes y a la Especiería. Donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque agora Nos habemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro visorrey que envíe dos navíos al descubrimiento de las islas del poniente hacia las Molucas…y porque según la mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien, la navegación, della y ser buen cosmógrafo, sería de gran afecto que vos fuedeses en los dichos navíos, así para lo que toca a la dicha navegación, como para el servicio de Dios nuestro Señor…”. Previa consulta con su superior, fray Agustín de la Coruña, Urdaneta aceptó la propuesta del rey contestó al rey, el 28 de mayo de 1560:

“Según mi edad que pasa de 52 años y falta de salud que de presente tengo y los muchos trabajos que desde mi mocedad he pasado, estaba necesitado de pasar lo que me resta de vida en quietud, pero considerando el gran celo de Vuestra Majestad para todo lo que toca al servicio de Nuestro Señor Dios y aumento de la santa fe católica, me he dispuesto para los trabajos de esta jornada…”

Estaba lograda la magna empresa; pero ¿Quién la comandaría militarmente? Interrogante que resolvió Urdaneta, al sugerir al virrey a un paisano suyo, quizá su pariente, un hombre de calidad noble con más de sesenta años, a la sazón alcalde mayor de la ciudad de México: Miguel López de Legazpi y Gurruchategui.


Don Miguel había emigrado a Nueva España desde 1528 y era viudo de doña Isabel Garcés y Castejón, hermana que fue del primer obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, O. P. y padre de nueve hijos, cuatro varones y cinco hembras. Hombre culto, que gozaba de buena posición económica y encumbrada clase social, mas nunca en su vida había participado en acciones castrenses, aunque siempre tuvo “…su casa poblada con criados, armas y  caballos…”

El virrey, hombre de reconocidos méritos como gobernante, “Padre de los Indios” le llamaban, aceptó la propuesta de Urdaneta y escribió al Rey en los primeros días de 1561:

“…Y para caudillo y principal de la gente ha de ir con ellos [se refiere a los navíos] que serán de doscientos a trescientos hombres, entre soldados y marineros y gente de servicio he señalado a Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Lepuzcoa (sic), hidalgo notorio de la casa de Lezcano….y de los cargos ha tenido y negocios de importancia que le he cometido, ha dado buena cuenta, y a lo que de su cristiandad y bondad hasta ahora se entiende no se ha podido elegir perdona más conveniente y más a contento de fray Andrés de Urdaneta, que es el que ha de gobernar y guiar esta jornada, porque son de su misma tierra y deudos y amigos y conformarse han…”

Los Legazpi era una familia antigua de Guipúzcoa, que estableció sus lares en la villa de Zumárraga, donde erigió la casa–torre de Legazpi-Jaúregui. Don Miguel nació hacia1503. No se ha logrado definir donde y como realizó Miguel sus estudios, básicamente de Jurisprudencia, que le llevaron a ocupar el cargo de concejal en el ayuntamiento de su natal Zumárraga en 1526 y de escribano, como su padre, en la alcaldía mayor de Ariria al año siguiente.

Para el 19 de enero de 1530, se le recibió en el ayuntamiento de la ciudad de México como escribano del cabildo, quien le otorgó una huerta y un solar. El virrey Antonio de Mendoza le mercedó al noreste de la recién fundada Valladolid, en términos de Tarímbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, un sitio de ganado mayor y una caballería y media de tierras (unas 1800 hectáreas). Según apunta Juan Suarez de Peralta, en su Tratado del descubrimiento de las Indias, López de Legazpi tuvo la responsabilidad de la tesorería de la Casa de Moneda y como letrado culto, fue uno de los primeros alumnos de la recién fundada Real Universidad de México.

Ordenada la expedición por el Rey, fue elegido el puerto de La Navidad para construir las naves. Una pléyade de carpinteros, herreros, aserradores, calafateros y peones de todas calidades se distribuían los trabajos; con gran celeridad y honradez se manejaron los caudales enviados de España, aún el propio Legazpi hubo de sufragar los gastos, para lo cual vendió sus propiedades, excepto su casa solar de la ciudad capital del virreinato.

Por fin, la salida se dispuso para el mes de octubre siguiente. Se cargaron las naves con bastimentos para la esperada larga travesía: tocinos, barriles de aceite, cecinas, quesos, pescados ahumados, toneles de vinos generosos, maíz, frijol, arroz, garbanzo, yuca, pan cazabe, pasturas y forraje para los animales vivos que se transportaban. Herramientas para reparar averías de las naves, hachas, redes, anzuelos; lanzas rodelas, picas, espadas, ballestas y armas de fuego, trabucos y mosquetes. Agujas magnéticas, sextantes, astrolabios, planos, libros de bitácora. Al final, se embarcaron los abastos vivientes, caballos, reses, cerdos, cabras, ovejas y gallinas de Castilla y de la “tierra” (léase guajolotes). El general almirante, de seguro aconsejado por Urdaneta, no omitió proveerse de libros de navegación. Selectos pilotos y capitanes al frente de cada navío.

Así llegó el 19 de noviembre de 1564. En la playa, el altar de campaña para la celebración del Sacrificio Eucarístico. El general almirante y toda la tripulación lucen sus mejores galas. El alférez ondea el pendón de Castilla y según se ha relatado, la imagen de Santa María de Guadalupe del Tepeyac que acompaña a Urdaneta, preside la ceremonia. Aquellos casi cuatrocientos valientes, rodillas en tierra, imploran la protección del Altísimo para la magna empresa que están por iniciar. Sobre el libro de los Evangelios, Legazpi y toda su oficialidad juran guardar fidelidad a Dios y a su Rey. Como recuerdo quedó en La Navidad la gran Cruz a cuya sombra tuvo verificativo ese espectacular e inolvidable acto. El municipio de Cihuatlán, al cual pertenece el puerto, la inmortaliza en su escudo de armas, una cruz de gules sobrepuesta a sus cuatro cuarteles.

En ese momento solemne, aquellos novohispanos, lo mismo peninsulares que criollos, mestizos, indios, negros y mulatos, ignoraban que daban comienzo a una de las más trascendentes proezas del género humano: dominar marítimamente el hoy océano Pacífico y por si fuera poco, legar a Nueva España, a nuestro México, un episodio de grandeza, nunca más ni siquiera igualado.

El trabajo e intelecto de multitud de desconocidos obreros mexicanos fueron los artífices de aquellos navíos, como mexicanos eran los caballos, las reses, los cerdos, gallinas y guajolotes, frutas, gramíneas y leguminosas, petates, ixtles y algodón, monedas recién troqueladas en la Casa de Moneda; todos ellos abastecieron la travesía. ¿Por qué desconocer, que fructificaba nuestra nación fundada por Hernán Cortés cuarenta años antes?

En las primeras horas del día 21 de noviembre, izaron velas y levaron anclas, la nave San Pedro, la capitana seguida de la fragatilla, el buque almirante San Pablo, el patache San Lucas y el galeonete San Juan.

El 27 de abril de 1565 fondearon en la rada de la isla de Cebú. Los indígenas los recibieron con hostilidad. Ante la negativa de acudir su cacique de nombre Tupas en son de paz al llamado de Legaspi, se vio obligado a desembarcar dos compañías de arcabuceros que fueron ferozmente atacados hasta que entró en juego la artillería y espantados los nativos quemaron su aldea y huyeron al monte. Al registrar las casas que quedaban en pié, salvadas del incendio, halló un marinero vizcaíno de nombre Juan Camus, una imagen del Niño Jesús en una caja amarrada con una cuerda de cáñamo, llevada por Hernando de Magallanes y que fue regalo de Antonio de Pigafetta a la reina de Cebú, esposa del cacique Carlos de Habamar, que se convirtió al catolicismo. Al llevarla frente a Legazpi, cayó de rodillas ante el Niño Jesús y le pidió lo alumbrara y encaminara de manera que todos sus actos fueran a honra y gloria de su Nombre y ensalzamiento de la Fe Católica.


Al otro día, mandó construir una pequeña capilla donde colocar esa imagen, la que fue llevada en procesión por los religiosos. Es en ella donde Urdaneta, depositó también la imagen guadalupana que llevaba consigo (imagen destruida por el bombardeo yanqui en 1898). Con posterioridad, se levantó un fuerte de madera, al que constantemente atacaban los aborígenes con sus flechas envenenadas. Por fin el 8 de mayo, Legazpi procedió a fundar un incipiente poblado. Al centro quedaban la capilla y el fortín. Los indígenas, poco a poco, se acercaron a la nueva fundación, confiados en las palabras amistosas del general Legazpi y se dice, atraídos por la seductora bondad que expresaba la imagen guadalupana.


En acatamiento a los reales mandatos, una vez reparada la nave capitana San Pedro, Legazpi dispuso una de más de sus trascendentes decisiones: dar inicio al tornaviaje. Es decir, regresar a Nueva España. Con doscientos hombres a bordo y mandada por Felipe de Salcedo y Legazpi (su nieto), bajo la sabia dirección náutica de fray Andrés de Urdaneta, zarpó la nave la mañana del primero de junio de 1565. Era portador de cartas dirigidas a Felipe II, donde avisa de su llegada a las islas del Poniente, otra firmada además por sus acompañantes sobre la necesidad de ayuda y donde alaban la labor de Urdaneta, pidiendo su retorno, así como una Relación de la situación de las islas y calidad y condiciones de los naturales. Cuatro meses duró la travesía, escorbuto, hambres, padecieron los tripulantes y tropa. El lunes ocho de octubre llegaban a Acapulco. Por fin estaba consumada la vuelta tanto ambicionada.

Se iniciaba un periplo que daría a Nueva España, que es México, una singular conformación que aún perdura: social, económica, costumbrista, gastronómica, artística, forjada durante un cuarto de milenio de continúo intercambio con el continente asiático.


No es el caso en este artículo de citar todos los incidentes que acontecieron en la conquista del archipiélago filipino. Aborígenes, mahometanos y portugueses ofrecieron resistencia, mas la prudencia y experiencia de López de Legazpi, salvaron sangrientos enfrentamientos. Legazpi, como lo había hecho Cortés, llamaron siempre a la concordia, nunca a las acciones de armas, salvo cuando les fue forzoso accionar pólvora y aceros. Felipe II le nombró Gobernador de Cebú, Adelantado y Gobernador
Al cabo de casi seis años de conquistas pacíficas, sin masacres, el 24 de junio de 1571, Legazpi fundó la ciudad de Manila.

Víctima de un ataque cardiaco, falleció en la pobreza, este ínclito cristiano, valiente capitán, honesto gobernante, que entregó su saber y su vida por la gloria de la Hispanidad, el 20 de agosto de 1572. Sus restos reposan en el convento agustino de la ciudad que fundó.



Mis lectores preguntarán: ¿todo este “rollo”,tiene algo que ver con Tianguistenco?

Al parecer nada, pero les respondo:

1.- Trascendencia económica:

La ansiada tornavuelta de Asia a las costas de América, fue la máxima proeza marítima del siglo XVI a nivel mundial. Con ella, Nueva España –México– mercadeó con China, con la India, con Ceylán, durante más de 200 años. Hubo un imponderable intercambio cultural, comercial, folklórico. Una o dos veces cada año desde 1565 a 1813, llegaba a Acapulco la nao de China, con productos asiáticos. Se organizó la arriería para trasportar esas mercaderías, y Tianguistenco fue paso casi obligado de las recuas que se dirigían desde Acapulco al interior de Nueva España y de su regreso, con productos de esas regiones que se enviarían a Las Filipinas. Como reminiscencia, queda la Danza de Arrieros en todos los pueblos de nuestra región.

2.- Presencia genealógica:

2.1.- Miguel López de Legazpi dejó ilustre progenie en Nueva España. Su hijo Melchor fue heredero del título de Adelantado de Filipinas. Casó en 1572 con doña Luisa de Albornoz y Acuña. Su nieta, IV Adelantada de Filipinas, doña Luisa de Albornoz y Legazpi fue esposa desde el 31 de marzo de 1639, del segundo Conde de Santiago de Calimaya, por quienes sus herederos a ese título de Castilla, también usufructuaron el Adelantamiento de Filipinas. Como es de sobra conocido, los condes de Santiago de Calimaya, Adelantados de Filipinas, fueron los propietarios de la hacienda de la Purísima Concepción de Atenco hasta su venta, en 1878 a don Rafael Barbabosa y Arzate.

2.2.- Margarita, hija de Miguel López de Legazpi, fue esposa del conquistador Gaspar de Garnica, acompañante de Cortés en sus incursiones al Pánuco y Las Hibueras; tuvo la encomienda de Tlacotepec en el Valle de Toluca, donde además fue dueño de una estancia, que años después poseyó don Felipe de la Cruz Manjárrez. Tuvieron tres hijos: Gaspar, heredero de sus encomiendas, Ana, esposa de Francisco de Olmos e Isabel.

Viuda, doña Margarita casó con don Julián de Salazar, hijo de Sancho Guillarte y de Catalina Gómez de Lona, con él tuvo tres hijos: Baltasar de Salazar, quien murió sin tomar estado y sin descendencia; Juliana, casada con Eugenio de Vargas, con hijos, y doña Inés, mujer de Martín de Olivares, el Primer Correo Mayor de Nueva España.

En Toluca, puedo asegurar que no hubo familia antigua y distinguida que no llegare a entroncar con los Garnica Legazpi o Salazar Legaspi, sean López de Cárdenas, Barbabosa o Cruz Manjárrez (por ejemplo: Alejo de Garcia Legaspi, bautizado en Toluca el 3 de septiembre de 1641, fue hijo de Antonio de Garnica Legaspi y de doña Ana de Yseo). Hasta hoy, no he conseguido asentar documentalmente alguna filiación, pero es casi seguro que hay rastros de la prosapia de López de Legazpi en alguna de las añejas familias tianguistecanas.

Dejo aquí este artículo con la semblanza de Miguel López de Legazpi, quien mediante su arraigada fe católica, con el ejercicio de la caridad cristiana y la diplomacia con pueblos agrestes, además de exhibir  una valentía a toda prueba, logró incorporar al virreinato de Nueva España –vuelvo a repetir, que es México– y al Imperio Español, casi sin derramamiento de sangre ya de nativos, ya de conquistadores, un archipiélago mayor a siete mil islas e islotes, en nuestro lejano oeste, allende del que parecía indómito Mar del Sur.

Un ilustre novohispano por vocación y arraigo, que ha tenido y tiene presencia hasta nuestros días en nuestro Tianguistenco.

Santiago Tianguistenco de Galeana,
en el día de San Felipe de Jesús
 –primer santo mexicano, martirizado en Nagasaki, Japón–,
del año de 2014
Isaac Luis Velázquez y Morales.
Cronista Municipal
Editó LUIS OZDEN 

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