MIGUEL
LÓPEZ DE LEGAZPI
Fundador
de Hispanidad en nuestro lejano Occidente
Una
proeza que aconteció hace 450 años.
Al hojear uno de los libros de Historia que edita la
Secretaría de Educación Pública, de distribución gratuita para el segundo curso
de educación secundaria de los alumnos mexicanos (Cuchí III Espada, Víctor
Manuel, Historia I) edición de 2013,
en su mapa 1.6 de la página 31, hace mención de grandes travesías marítimas del
siglo XVI. Me sorprendió que desconoce, ni siquiera esboza la ruta de la mayor
hazaña de esa centuria, llevada a cabo para dominar el entonces llamado Mar del
Sur –el Océano Pacífico–, que fue salir de las costas mexicanas al continente
asiático y su regreso exitoso.
Es así como con ignorancia o por mala fe de los
educadores de la juventud, se menosprecia, se empequeñece nuestra herencia de
grandeza, para dar lugar a enaltecer a piratas, filibusteros y corsarios
anglos, holandeses y franceses, que asolaron y saquearon puertos y ciudades de
la América hispana y se posesionaron de numerosas regiones insulares y de
tierra firme, por ejemplo, para no ir tan lejos, Belice.
La Nueva España ideada por Hernán Cortés, no podía quedar
estática en tierra firme, le preveía mayores horizontes. En todo lo largo de su
costa, donde se ocultaba el sol, en el inexplorado Mar del Sur de Vasco Núñez
de Balboa, se abría un amplio espacio para cimentar los ideales de la
Hispanidad en regiones ignotas.
Fernando de Magallanes zarpa de San Lucas de Barrameda en
septiembre de 1519, para rodear el continente americano y buscar la ruta para
llegar a Las Molucas, islas de la Especiería, que aseguraba pertenecían a España
y no a Portugal. Después de una azarosa travesía, la flota logra a más de año
de su salida de España, encontrar el paso buscado –el estrecho que lleva su
nombre– y contemplar el mar que por la calma de sus aguas llamaría Pacífico. Al
cabo de otros penosos cien días de travesía llegaron a la isla de Guam, en el
archipiélago de Las Marianas, esto sucedía el 7 de marzo de 1521; navegaron
otros diez días y llegaron a la isla de Samar, del archipiélago que denominaron
San Lázaro y que posteriormente sería llamado De las Filipinas, en honor al
entonces Príncipe de Asturias y después rey, Don Felipe. En la isla de Cebú,
Magallanes tuvo un enfrentamiento con los nativos, que le llevó a la muerte. La
flota que al mando de Juan Sebastián Elcano, quien completa el primer viaje de
circunnavegación del globo terráqueo, el 6 de septiembre de 1522; había
trascurrido casi tres años cabales desde su salida en el mismo puerto al que
arribaron.
Apenas dos meses después de la llegada de Elcano, el
emperador don Carlos ordenó organizar otra expedición que seguiría la misma
ruta de Magallanes. La puso al frente de frey García Joffre de Loaisa y como
Piloto Mayor, Elcano, quien llevaba como asistente a un joven vascuence que no
cumplía aún dieciocho años, oriundo de Villafranca de Ordizia: Andrés Ochoa de
Urdaneta y Cerain. Siete navíos zarparon de La Coruña en 1525. De ellas sólo
cuatro desembocaron en el Mar Pacífico. En la travesía murieron Loaisa y
Elcano. Fracasada la empresa, los sobrevivientes, Urdaneta uno de ellos, quedaron
en Las Molucas. El patache Santiago, dirigido por Santiago de Guevara, perdido,
se desprendió de esa flota y costeando logró llegar a Tehuantepec. Sorprendido
de ese arribo, les recibió el gobernador nombrado por Cortés, quien les indicó
que acudieran a entrevistarse con él. Así fue como los náufragos llegaron a la
ciudad de México al mediar agosto de 1526 y relataron a Cortés lo acontecido.
Providencialmente, Cortés con su visión de grandeza, había iniciado en Zacatula
(hoy puerto Lázaro Cárdenas, en Michoacán), la construcción de tres naves para
explorar las costas del Mar del Sur, pero el rey Don Carlos, le ordenó que esas
carabelas salieran para auxiliar a los navegantes que estaban en Las Molucas.
De inmediato, Cortés obedece la orden real y organiza la armada que pone al
mando de su primo Álvaro de Saavedra Cerón, flota que salió de Zihuatanejo el
primero de noviembre de 1527. Llegaron a Tidore, donde los castellanos
náufragos de la expedición de Loaisa, combatían contra los portugueses. Allí se
encontraba aquel Urdaneta. Al
tratar de regresar a Nueva España, fracasó la expedición de Saavedra luego de
dos intentos frustrados; en el primero de ellos descubrió la Nueva Guinea. Ese
grupo de españoles que permanecían abandonados en esas islas, pudieron regresar
a la Península, donde arribaron a Lisboa al mediar 1536. Fue así como Urdaneta,
el ya experimentado hombre mar, fue el segundo humano en dar la vuelta al
mundo. Habían transcurrido once años desde su salida del puerto gallego.
Pedro de Alvarado y Contreras, el Adelantado de
Guatemala, regresó a España en 1538, donde conoció e hizo amistad con Urdaneta,
quien le relató sus aventuras marinas y le persuadió para organizar una
expedición al Mar del Sur. Con ese ánimo, Alvarado lo invitó para formar parte
de esa empresa, que Urdaneta aceptó sin más
y así fue como se embarcaron rumbo al Nuevo Mundo. En efecto, Alvarado
formó una escuadra con once navíos que salió de Centroamérica y costeando llegó
al puerto de La Purificación en Jalisco, para tomar bastimentos y reclutar más
soldados. Un suceso inesperado le sorprendió: L a rebelión de El Mixtón; para
sofocarla, Cristóbal de Oñate pidió el auxilio de la tropa de Alvarado,
quien murió a consecuencia de un
accidente en plena campaña. Así fue como quedó inconclusa esa pretendida
incursión a las islas del poniente.
Urdaneta se quedó a residir en Nueva España, donde el
virrey Mendoza le concedió los cargos de corregidor en la provincia de Ávalos
(Una región entre las hoy estados de Colima y Jalisco) y de visitador en
´pueblos comarcanos a su corregimiento.
En plena madurez, a sus 45 años, este, repito, rudo y
experimentado hombre de mar, quien había afirmado que “…hasta con una carreta
podría yo regresar de las islas del Poniente…”, abandonó riquezas y honores
mundanos e ingresó en la Orden de San Agustín, donde profesó en su convento de
la ciudad de México en 1553.
Hasta aquí dejo este casi obligado preámbulo para dar
paso a la semblanza de López de Legazpi.
Gobernaba Nueva España el segundo virrey don Luis de
Velasco y Ruiz de Alarcón, quien al conocer las proezas del veterano marino y
fraile, propuso a Felipe II organizar una nueva empresa, esa ya de conquista de
las islas españolas allende el Mar del Sur. El rey sin más acepto la idea de
Velasco y le ordenó enviar “…dos naos del porte y manera y con la gente que
allá pareciere, los cuales enviéis al descubrimiento de las islas del Poniente
hacia las Molucas, que procuren traer alguna especiería para hacer el ensaye de
ella y se vuelvan a esta Nueva España para que se entienda si es cierta la
vuelta…”.
A fray Andrés le escribió el monarca desde Valladolid, en
esa misma fecha:
“Yo he sido informado que vos, siendo seglar, fuiste en
el armada de Loaysa y pasastes al Estrecho de Magallanes y a la Especiería.
Donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque agora Nos habemos
encargado a Don Luis de Velasco, nuestro visorrey que envíe dos navíos al
descubrimiento de las islas del poniente hacia las Molucas…y porque según la
mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra y entender,
como entendéis bien, la navegación, della y ser buen cosmógrafo, sería de gran
afecto que vos fuedeses en los dichos navíos, así para lo que toca a la dicha
navegación, como para el servicio de Dios nuestro Señor…”. Previa consulta con
su superior, fray Agustín de la Coruña, Urdaneta aceptó la propuesta del rey
contestó al rey, el 28 de mayo de 1560:
“Según mi edad que pasa de 52 años y falta de salud que
de presente tengo y los muchos trabajos que desde mi mocedad he pasado, estaba
necesitado de pasar lo que me resta de vida en quietud, pero considerando el
gran celo de Vuestra Majestad para todo lo que toca al servicio de Nuestro
Señor Dios y aumento de la santa fe
católica, me he dispuesto para los trabajos de esta jornada…”
Estaba lograda la magna empresa; pero ¿Quién la
comandaría militarmente? Interrogante que resolvió Urdaneta, al sugerir al virrey
a un paisano suyo, quizá su pariente, un hombre de calidad noble con más de
sesenta años, a la sazón alcalde mayor de la ciudad de México: Miguel López de
Legazpi y Gurruchategui.
Don Miguel había emigrado a Nueva España desde 1528 y era
viudo de doña Isabel Garcés y Castejón, hermana que fue del primer obispo de
Tlaxcala, fray Julián Garcés, O. P. y padre de nueve hijos, cuatro varones y
cinco hembras. Hombre culto, que gozaba de buena posición económica y
encumbrada clase social, mas nunca en su vida había participado en acciones
castrenses, aunque siempre tuvo “…su casa poblada con criados, armas y caballos…”
El virrey, hombre de reconocidos méritos como gobernante,
“Padre de los Indios” le llamaban, aceptó la propuesta de Urdaneta y escribió al
Rey en los primeros días de 1561:
“…Y para caudillo y principal de la gente ha de ir con
ellos [se refiere a los navíos] que serán de doscientos a trescientos hombres,
entre soldados y marineros y gente de servicio he señalado a Miguel López de
Legazpi, natural de la provincia de Lepuzcoa (sic), hidalgo notorio de la casa
de Lezcano….y de los cargos ha tenido y negocios de importancia que le he
cometido, ha dado buena cuenta, y a lo que de su cristiandad y bondad hasta
ahora se entiende no se ha podido elegir perdona más conveniente y más a
contento de fray Andrés de Urdaneta, que es el que ha de gobernar y guiar esta
jornada, porque son de su misma tierra y deudos y amigos y conformarse han…”
Los Legazpi era una familia antigua de Guipúzcoa, que
estableció sus lares en la villa de Zumárraga, donde erigió la casa–torre de
Legazpi-Jaúregui. Don Miguel nació hacia1503. No se ha logrado definir donde y
como realizó Miguel sus estudios, básicamente de Jurisprudencia, que le
llevaron a ocupar el cargo de concejal en el ayuntamiento de su natal Zumárraga
en 1526 y de escribano, como su padre, en la alcaldía mayor de Ariria al año
siguiente.
Para el 19 de enero de 1530, se le recibió en el
ayuntamiento de la ciudad de México como escribano del cabildo, quien le otorgó
una huerta y un solar. El virrey Antonio de Mendoza le mercedó al noreste de la
recién fundada Valladolid, en términos de Tarímbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo,
un sitio de ganado mayor y una caballería y media de tierras (unas 1800
hectáreas). Según apunta Juan Suarez de Peralta, en su Tratado del descubrimiento de las Indias, López de Legazpi tuvo la
responsabilidad de la tesorería de la Casa de Moneda y como letrado culto, fue
uno de los primeros alumnos de la recién fundada Real Universidad de México.
Ordenada la expedición por el Rey, fue elegido el puerto
de La Navidad para construir las naves. Una pléyade de carpinteros, herreros,
aserradores, calafateros y peones de todas calidades se distribuían los
trabajos; con gran celeridad y honradez se manejaron los caudales enviados de
España, aún el propio Legazpi hubo de sufragar los gastos, para lo cual vendió
sus propiedades, excepto su casa solar de la ciudad capital del virreinato.
Por fin, la salida se dispuso para el mes de octubre
siguiente. Se cargaron las naves con bastimentos para la esperada larga
travesía: tocinos, barriles de aceite, cecinas, quesos, pescados ahumados,
toneles de vinos generosos, maíz, frijol, arroz, garbanzo, yuca, pan cazabe,
pasturas y forraje para los animales vivos que se transportaban. Herramientas
para reparar averías de las naves, hachas, redes, anzuelos; lanzas rodelas,
picas, espadas, ballestas y armas de fuego, trabucos y mosquetes. Agujas
magnéticas, sextantes, astrolabios, planos, libros de bitácora. Al final, se
embarcaron los abastos vivientes, caballos, reses, cerdos, cabras, ovejas y
gallinas de Castilla y de la “tierra” (léase guajolotes). El general almirante,
de seguro aconsejado por Urdaneta, no omitió proveerse de libros de navegación.
Selectos pilotos y capitanes al frente de cada navío.
Así llegó el 19 de noviembre de 1564. En la playa, el
altar de campaña para la celebración del Sacrificio Eucarístico. El general
almirante y toda la tripulación lucen sus mejores galas. El alférez ondea el
pendón de Castilla y según se ha relatado, la imagen de Santa María de
Guadalupe del Tepeyac que acompaña a Urdaneta, preside la ceremonia. Aquellos
casi cuatrocientos valientes, rodillas en tierra, imploran la protección del
Altísimo para la magna empresa que están por iniciar. Sobre el libro de los
Evangelios, Legazpi y toda su oficialidad juran guardar fidelidad a Dios y a su
Rey. Como recuerdo quedó en La Navidad la gran Cruz a cuya sombra tuvo
verificativo ese espectacular e inolvidable acto. El municipio de Cihuatlán, al
cual pertenece el puerto, la inmortaliza en su escudo de armas, una cruz de
gules sobrepuesta a sus cuatro cuarteles.
En ese momento solemne, aquellos novohispanos, lo mismo
peninsulares que criollos, mestizos, indios, negros y mulatos, ignoraban que
daban comienzo a una de las más trascendentes proezas del género humano:
dominar marítimamente el hoy océano Pacífico y por si fuera poco, legar a Nueva
España, a nuestro México, un episodio de grandeza, nunca más ni siquiera
igualado.
El trabajo e intelecto de multitud de desconocidos
obreros mexicanos fueron los artífices de aquellos navíos, como mexicanos eran
los caballos, las reses, los cerdos, gallinas y guajolotes, frutas, gramíneas y
leguminosas, petates, ixtles y algodón, monedas recién troqueladas en la Casa
de Moneda; todos ellos abastecieron la travesía. ¿Por qué desconocer, que
fructificaba nuestra nación fundada por Hernán Cortés cuarenta años antes?
En las primeras horas del día 21 de noviembre, izaron
velas y levaron anclas, la nave San Pedro, la capitana seguida de la
fragatilla, el buque almirante San Pablo, el patache San Lucas y el galeonete
San Juan.
El 27 de abril de 1565 fondearon en la rada de la isla de
Cebú. Los indígenas los recibieron con hostilidad. Ante la negativa de acudir
su cacique de nombre Tupas en son de paz al llamado de Legaspi, se vio obligado
a desembarcar dos compañías de arcabuceros que fueron ferozmente atacados hasta
que entró en juego la artillería y espantados los nativos quemaron su aldea y
huyeron al monte. Al registrar las casas que quedaban en pié, salvadas del
incendio, halló un marinero vizcaíno de nombre Juan Camus, una imagen del Niño
Jesús en una caja amarrada con una cuerda de cáñamo, llevada por Hernando de
Magallanes y que fue regalo de Antonio de Pigafetta a la reina de Cebú, esposa
del cacique Carlos de Habamar, que se convirtió al catolicismo. Al llevarla
frente a Legazpi, cayó de rodillas ante el Niño Jesús y le pidió lo alumbrara y
encaminara de manera que todos sus actos fueran a honra y gloria de su Nombre y
ensalzamiento de la Fe Católica.
Al otro día, mandó construir una pequeña capilla donde
colocar esa imagen, la que fue llevada en procesión por los religiosos. Es en
ella donde Urdaneta, depositó también la imagen guadalupana que llevaba consigo
(imagen destruida por el bombardeo yanqui en 1898). Con posterioridad, se
levantó un fuerte de madera, al que constantemente atacaban los aborígenes con
sus flechas envenenadas. Por fin el 8 de mayo, Legazpi procedió a fundar un
incipiente poblado. Al centro quedaban la capilla y el fortín. Los indígenas,
poco a poco, se acercaron a la nueva fundación, confiados en las palabras
amistosas del general Legazpi y se dice, atraídos por la seductora bondad que
expresaba la imagen guadalupana.
En acatamiento a los reales mandatos, una vez reparada la
nave capitana San Pedro, Legazpi dispuso una de más de sus trascendentes
decisiones: dar inicio al tornaviaje. Es decir, regresar a Nueva España. Con
doscientos hombres a bordo y mandada por Felipe de Salcedo y Legazpi (su
nieto), bajo la sabia dirección náutica de fray Andrés de Urdaneta, zarpó la
nave la mañana del primero de junio de 1565. Era portador de cartas dirigidas a
Felipe II, donde avisa de su llegada a las islas del Poniente, otra firmada
además por sus acompañantes sobre la necesidad de ayuda y donde alaban la labor
de Urdaneta, pidiendo su retorno, así como una Relación de la situación de las
islas y calidad y condiciones de los naturales. Cuatro meses duró la travesía,
escorbuto, hambres, padecieron los tripulantes y tropa. El lunes ocho de
octubre llegaban a Acapulco. Por fin estaba consumada la vuelta tanto ambicionada.
Se iniciaba un periplo que daría a Nueva España, que es
México, una singular conformación que aún perdura: social, económica,
costumbrista, gastronómica, artística, forjada durante un cuarto de milenio de
continúo intercambio con el continente asiático.
No es el caso en este artículo de citar todos los
incidentes que acontecieron en la conquista del archipiélago filipino.
Aborígenes, mahometanos y portugueses ofrecieron resistencia, mas la prudencia
y experiencia de López de Legazpi, salvaron sangrientos enfrentamientos.
Legazpi, como lo había hecho Cortés, llamaron siempre a la concordia, nunca a
las acciones de armas, salvo cuando les fue forzoso accionar pólvora y aceros.
Felipe II le nombró Gobernador de Cebú, Adelantado y Gobernador
Al cabo de casi seis años de conquistas pacíficas, sin
masacres, el 24 de junio de 1571, Legazpi fundó la ciudad de Manila.
Víctima de un ataque cardiaco, falleció en la pobreza,
este ínclito cristiano, valiente capitán, honesto gobernante, que entregó su saber
y su vida por la gloria de la Hispanidad, el 20 de agosto de 1572. Sus restos
reposan en el convento agustino de la ciudad que fundó.
Mis lectores preguntarán: ¿todo este “rollo”,tiene algo
que ver con Tianguistenco?
Al parecer nada, pero les respondo:
1.- Trascendencia económica:
La ansiada tornavuelta de Asia a las costas de América,
fue la máxima proeza marítima del siglo XVI a nivel mundial. Con ella, Nueva
España –México– mercadeó con China, con la India, con Ceylán, durante más de
200 años. Hubo un imponderable intercambio cultural, comercial, folklórico. Una
o dos veces cada año desde 1565 a 1813, llegaba a Acapulco la nao de China, con
productos asiáticos. Se organizó la arriería para trasportar esas mercaderías,
y Tianguistenco fue paso casi obligado de las recuas que se dirigían desde
Acapulco al interior de Nueva España y de su regreso, con productos de esas
regiones que se enviarían a Las Filipinas. Como reminiscencia, queda la Danza
de Arrieros en todos los pueblos de nuestra región.
2.- Presencia genealógica:
2.1.- Miguel López de Legazpi dejó ilustre progenie en
Nueva España. Su hijo Melchor fue heredero del título de Adelantado de
Filipinas. Casó en 1572 con doña Luisa de Albornoz y Acuña. Su nieta, IV
Adelantada de Filipinas, doña Luisa de Albornoz y Legazpi fue esposa desde el
31 de marzo de 1639, del segundo Conde de Santiago de Calimaya, por quienes sus
herederos a ese título de Castilla, también usufructuaron el Adelantamiento de
Filipinas. Como es de sobra conocido, los condes de Santiago de Calimaya,
Adelantados de Filipinas, fueron los propietarios de la hacienda de la Purísima
Concepción de Atenco hasta su venta, en 1878 a don Rafael Barbabosa y Arzate.
2.2.- Margarita, hija de Miguel López de Legazpi, fue
esposa del conquistador Gaspar de Garnica, acompañante de Cortés en sus incursiones
al Pánuco y Las Hibueras; tuvo la encomienda de Tlacotepec en el Valle de
Toluca, donde además fue dueño de una estancia, que años después poseyó don
Felipe de la Cruz Manjárrez. Tuvieron tres hijos: Gaspar, heredero de sus
encomiendas, Ana, esposa de Francisco de Olmos e Isabel.
Viuda, doña Margarita casó con don Julián de Salazar,
hijo de Sancho Guillarte y de Catalina Gómez de Lona, con él tuvo tres hijos:
Baltasar de Salazar, quien murió sin tomar estado y sin descendencia; Juliana,
casada con Eugenio de Vargas, con hijos, y doña Inés, mujer de Martín de
Olivares, el Primer Correo Mayor de Nueva España.
En Toluca, puedo asegurar que no hubo familia antigua y
distinguida que no llegare a entroncar con los Garnica Legazpi o Salazar
Legaspi, sean López de Cárdenas, Barbabosa o Cruz Manjárrez (por ejemplo: Alejo
de Garcia Legaspi, bautizado en Toluca el 3 de septiembre de 1641, fue hijo de
Antonio de Garnica Legaspi y de doña Ana de Yseo). Hasta hoy, no he conseguido
asentar documentalmente alguna filiación, pero es casi seguro que hay rastros
de la prosapia de López de Legazpi en alguna de las añejas familias
tianguistecanas.
Dejo aquí este artículo con la semblanza de Miguel López
de Legazpi, quien mediante su arraigada fe católica, con el ejercicio de la
caridad cristiana y la diplomacia con pueblos agrestes, además de exhibir una valentía a toda prueba, logró incorporar
al virreinato de Nueva España –vuelvo a repetir, que es México– y al Imperio
Español, casi sin derramamiento de sangre ya de nativos, ya de conquistadores,
un archipiélago mayor a siete mil islas e islotes, en nuestro lejano oeste,
allende del que parecía indómito Mar del Sur.
Un ilustre novohispano por vocación y arraigo, que ha
tenido y tiene presencia hasta nuestros días en nuestro Tianguistenco.
Santiago Tianguistenco de Galeana,
en el día de San Felipe de Jesús
–primer santo mexicano, martirizado en
Nagasaki, Japón–,
del año de 2014
Isaac Luis Velázquez y Morales.
Cronista Municipal
Editó LUIS OZDEN
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